Nos preguntábamos la semana pasada si hay alguna posibilidad de que la historia del hombre que muere víctima de una pesadilla “asistida” sea verosímil. En principio, parece claro que no, puesto que el soñador muere en el acto y nadie puede saber lo que estaba soñando… ¿O sí? He aquí una retorcida posibilidad, digna de una novela de Agatha Christie, que someto a la consideración de mis lectoras/es:Un hombre tiene la pesadilla recurrente de que lo van a decapitar, y su mujer lo sabe porque él se lo ha contado. Siempre que tiene esa pesadilla, se agita de una manera peculiar, incluso puede musitar algo en sueños (por ejemplo: “¡No, por favor, con el hacha no!”). La diabólica esposa concibe el plan de darle un susto de muerte (nunca mejor dicho) la próxima vez que tenga una pesadilla, y llegado el momento le pasa la aguja de tricotar por el cuello y le provoca un infarto. Al cabo de los años confiesa su crimen y la historia llega a oídos del profesor de filosofía, que se la cuenta a sus alumnos. Una variante menos diabólica sería que la mujer le da un golpecito con la aguja con intención de despertarlo y le provoca la muerte involuntariamente, cosa que relata entre sollozos al médico que intenta reanimar al infartado.En cuanto a la paradoja de Newcomb, sigue dando que hablar a mis sagaces lectoras/es, y en el animado debate (ver sección de comentarios de la semana pasada) han surgido interesantes reflexiones ontológicas. Que, enlazando con la historia del malogrado durmiente, me ha traído a la memoria una frase de Unamuno: “Cuando un hombre dormido e inerte en la cama sueña algo, ¿qué es lo que más existe, él como conciencia que sueña, o su sueño?”. (No la propongo como problema de la semana, pero ahí queda, por si alguien se anima).Zancadillas mentalesConozco a un niño con altas capacidades que se divierte planteándome acertijos lógicos (con la esperanza de verme fallar, lo percibo en su mirada aviesa), a primera vista muy variados pero con un punto en común: siempre encierran una pequeña trampa, un obstáculo poco visible en el que es fácil tropezar, o una solución aparente que resulta ser errónea. He aquí tres de ellos (más una variante del último):1. Un viajero con claustrofobia, que detesta los túneles sube a un tren en una estación que tiene un túnel justo a la salida. ¿A qué vagón ha de subir para minimizar su sufrimiento?2. Un tendero tiene una balanza con un brazo ligeramente más largo que el otro, y un cliente muy observador se da cuenta.—No te preocupes —le dice el tendero—, pesamos la mercancía primero en un platillo, luego en el otro y sacamos la media, así ni tú ni yo salimos perjudicados.¿Aceptarías la solución propuesta por el tendero?3. Tengo un montón de fichas cuadradas, todas iguales. Intento formar con ellas un gran cuadrado, pero me faltan 7 fichas para completarlo. Formo uno más pequeño y me sobran 10. ¿Cuántas fichas tengo?Para darle a probar al malintencionado niño su propia medicina, le propuse la siguiente variante del tercer problema:4. Tengo un montón de fichas de dominó. Intento formar con ellas un cuadrado grande y me falta una. Hago un cuadrado más pequeño y me sobran 13. ¿Cuántas fichas tengo?

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