Christina Onassis y Marina Tchomlekdjoglou (derecha) en una imagen incluida en el libro ‘Mi vida con Christina Onassis, la verdadera historia jamás contada’.Mi vida con Christina Onassis / La esfera de los librosLa noche del 19 de noviembre de 1988, Christina Onassis cenó en la casa de su amiga Marina Tchomlekdjoglou Embirikos en el Tortugas Country Club de Buenos Aires, una exclusiva urbanización fundada en los años treinta del siglo pasado por el aristócrata español Antonio Maura y Gamazo. La heredera griega, una de las mujeres más ricas del mundo, se sentía a gusto en compañía de su anfitriona. Tchomlekdjoglou, al igual que ella, era miembro de una de las familias más poderosas en el negocio naviero, y estaba casada con Alberto Dodero, un peso pesado del comercio marítimo en Sudamérica, cuyo padre había sido mentor de Aristóteles Onassis. Esa noche, Christina estaba tan cómoda con su amiga que comenzó a hablarle de cosas de las que jamás hablaba: de su hermano, de su madre, de su padre… Todos ellos habían muerto en el transcurso de tres años: Alexander Onassis, en un accidente de aviación ocurrido en 1973; Athina Livanos, a causa de una sobredosis de barbitúricos en 1974; y Aristóteles, el patriarca del clan, en 1975 debido a una complicación de la miastenia grave que llevaba tiempo padeciendo. La cena en el Tortugas Country Club fue la última vez que Marina Tchomlekdjoglou vio con vida a su amiga. A la mañana siguiente, la encontró muerta en el cuarto de baño de una de las habitaciones de invitados de su casa. Más informaciónLa heredera griega solo tenía 37 años, pero su cuerpo no aguantó un edema pulmonar agudo y décadas de consumo de pastillas para adelgazar y otros fármacos. Dejaba una hija de tres años, cuatro exmaridos, una fortuna privada estimada entre 500 y 1.000 millones de dólares y un imperio que incluía una gran flota de petroleros, una isla privada, un jet Falcon y propiedades por medio mundo. “Aquella noche de 1988, fue como si Christina estuviera haciendo catarsis, una declaración de amor a sus seres más queridos”, escribe Tchomlekdjoglou en Mi vida con Christina Onassis, la verdadera historia jamás contada (La esfera de los libros), unas memorias que acaban de publicarse en España. El libro, escrito con la colaboración del periodista mexicano Rodolfo Vera Calderón, revela numerosos detalles sobre la vida íntima de la “pobre niña rica” —sus amores, sus peleas, sus adicciones, sus excentricidades— y confirma una verdad universal: el dinero no da la felicidad.Christina Onassis y Marina Tchomlekdjoglou, en St. Moritz, en 1971. Mi vida con Christina Onassis / La esfera de los librosMarina Tchomlekdjoglou conoció a Christina Onassis en las playas de Punta del Este, en Uruguay, en el verano de 1966. La hija del naviero salía con el millonario griego John Goulandris, primo de Tchomlekdjoglou. Ya entonces, con 16 años, era una mujer insegura con su imagen. “Su madre, Tina Livanos, era preciosa. Christina había salido a su padre, era muy Onassis”, recuerda la autora de Mi vida con Christina Onassis en conversación telefónica con EL PAÍS. “Tomaba pastillas para adelgazar. A las once de la mañana tomaba la primera para evitar el almuerzo, y a las cinco y media de la tarde tomaba la segunda para no comer por la noche. Pero en esa época todas tomábamos pastillas. Desde que apareció Twiggy, todas queríamos ser muy delgadas y tener ojeras”, señala su amiga.La adicción de Onassis empeoró cuando conoció a Joseph Bolker, su primer marido. Según Tchomlekdjoglou, el constructor californiano fue quien la introdujo en el “abismo de las anfetaminas”. Christina y el empresario se casaron en secreto en Las Vegas. Ella tenía 20 años y él era casi 30 años mayor. Aristóteles Onassis se puso furioso cuando se enteró de la boda y desplegó todo su arsenal para hundir ese matrimonio. La pareja se separó a los siete meses, justo antes de que Christina cumpliera 21 años y heredara un fondo de 75 millones de dólares. Con solo 21, la hija de Aristóteles Onassis ya era una mujer divorciada y muy rica. “Con todo el dinero que tenía, no le gustaba dejar propinas en los restaurantes. Tampoco le gustaba dar dinero en la calle”, recuerda Tchomlekdjoglou. “Pero era muy generosa. El Centro de Cirugía Cardíaca Onassis, el mejor de Grecia, lo donó ella”. Christina lo tenía todo, pero a veces podía ser muy envidiosa. “Ese era su peor defecto. Una vez me fui al mercado de pulgas de París y me compré unos pantalones negros ajustados. Me los puse con una camisa de encaje. Entonces yo era muy delgada. Cuando me vio, me dijo: ‘¿Por qué me haces esto? ¡Quítatelos!’ Yo le respondí: ‘Gracias a Dios que no tengo la enfermedad de los celos. Viéndote, con todas las joyas que tienes, con todos los aviones, con todos los chóferes y abrigos de piel del mundo, si fuera celosa sería una serpiente verde detrás de ti. Pero no lo soy”.Aristoteles y Christina Onassis en 1970. Archive Photos (Getty Images)Onassis podía ser posesiva y celosa con sus amigos, pero también muy desprendida. A Tchomlekdjoglou le dio un préstamo de cuatro millones de dólares para salvar una de las empresas de su padre y le hizo todo tipo de regalos: un Rolex Presidente de oro igual al que usaba ella, un abrigo de piel de marta cibelina… “Cuando me regaló el abrigo, me dijo: ‘Mine is better. El mío es mejor’. Podía ser muy generosa, pero también podía ser muy tremenda”. Y luego estaban las invitaciones a París, a La Jolla, a Saint Moritz y a Skorpios, la isla privada de los Onassis en aguas del mar Jónico. “Todo era excéntrico en Skorpios: los bufés con todas esas langostas que no comíamos, los helicópteros que nos llevaban y traían. Lo más excéntrico que vi fue cuando Ari contrató al artista Sacha Distel. Fue fabuloso. No sé cuánto le habrá pagado a Distel. Supongo que una fortuna”, dice Tchomlekdjoglou.El naviero griego lo compraba todo. Un día levantaba un rascacielos en la Quinta Avenida de Nueva York y al día siguiente, el amor de Jacqueline Kennedy, ex primera dama de Estados Unidos. “Así era él. Ari se casó con Tina, la madre de Christina, porque era una Livanos y tenía mucho dinero. Y se casó con Jackie porque era la viuda de América. Había una enorme frialdad entre ellos”, apunta Tchomlekdjoglou. “Cuando Jackie se casó con Ari, Christina le preguntó: ‘¿Cómo la tengo que llamar ahora?’. Jackie le respondió: ‘Just call me Mrs. Kennedy’. Eso no le gustó a Christina. Para el mundo, Jackie era fabulosa. Para Christina, era la mujer de su padre, un matrimonio de conveniencia”.Pero Christina también se acostumbró a comprar el amor de las personas que la rodeaban. Tuvo un segundo y un tercer marido y cientos de amigos de conveniencia. “Le pagaba a la gente para no estar sola. Le pagaba a su doncella, le pagaba a su tía, al novio de su tía… Quería estar siempre acompañada. Muchos se acercaban a ella por su fortuna. Yo era de las pocas que no estaba por su dinero”, afirma Tchomlekdjoglou.Christina Onassis, durante una fiesta en Versalles.Michel Dufour (WireImage)La muerte de su hermano, Alexander, en 1973 la golpeó duro. El único hijo varón de Aristóteles Onassis solo tenía 24 años cuando su avión se estrelló en el aeropuerto de Atenas. “Christina siempre creyó que lo habían asesinado”, dice su amiga. “Hasta entonces la relación entre Christina y su padre era casi inexistente. Ari estaba en todos lados y nunca tenía tiempo para verla porque estaba haciendo su fortuna. Cuando murió Alex, él reapareció y se acercó a ella para enseñarle cómo llevar el negocio. Tenían dos horas diarias de clases en su casa, un palacio en la Avenue Foch de París. Yo los esperaba en otra sala. Cuando terminaban, Ari nos llevaba a comer y a bailar a Maxim’s”.Al año siguiente murió Tina Livanos, madre de Christina, y luego el propio Aristóteles. En menos de tres años la millonaria perdió a toda su familia. Después de la muerte del naviero, su ánimo empeoró. Cayó en una enorme depresión y engordó. Los cambios de peso la mortificaban. Así comenzaron sus entradas y salidas de la clínica Buchinger en Marbella, famosa por sus ayunos terapéuticos. En uno de esos viajes a la Costa del Sol conoció a Thierry Roussel, el hijo de un rico empresario farmacéutico francés que se convertiría en su cuarto y último marido. Christina Onassis y Thierry Roussel en 1985. Michel Dufour (WireImage)En la primera cita con Roussel le regaló 100.000 dólares. “Cuando me lo contó, le dije: ‘Qué cara te salió tu primera salida’. Me respondió: ‘Es mi dinero y hago con él lo que quiero”, recuerda Tchomlekdjoglou. “Pero quedé épaté cuando me enteré de que Thierry le había pedido que se cambiara los dientes, porque no le gustaban. Y mi amiga, complaciente y enamorada, sacó inmediatamente turno con el mejor dentista de París para hacerse toda la dentadura”. Onassis estaba ciega de amor. Tan ciega que al poco tiempo anunció su compromiso con Roussel. Tchomlekdjoglou asegura que el novio pidió casarse en régimen de gananciales. La novia, una de las mujeres más ricas del mundo, aceptó. La noche antes de la boda, se lo contó a su amiga. “Yo le dije: ‘¡Christina, ni las mucamas se casan sin separación de bienes! Estamos a tiempo de parar esto, vayámonos a Argentina”. Onassis, con lágrimas en los ojos, le respondió: “Ya es muy tarde para hacerlo”.Marina Tchomlekdjoglou ofició de testigo de la boda en París y vivió en primera persona la tragedia que ocurrió después. Onassis y Roussel tuvieron una hija, Athina, en 1985. A los pocos años, Christina se enteró de que Thierry tenía una amante, la modelo sueca Marianne Gaby Landhage, y un hijo secreto de la misma edad que Athina. Al final se separó y volvió a resolver el problema, como hacía siempre, con sus millones.Christina Onassis y su hija, Athina, en París, en 1988.Michel Dufour (WireImage)Poco antes de morir en Buenos Aires, empezó una relación con Jorge Tchomlekdjoglou, hermano de su mejor amiga. Christina le pidió a Marina que, si alguna vez le ocurría algo, se ocupara de Athina. “Pero Thierry nunca me dejó. Cuando Christina murió, le sacó la niñera, las fotos, los recuerdos… todo para que se olvidara de la madre”, sostiene Tchomlekdjoglou. “Yo busqué a Athina. La busqué muchas veces. Cuando se casó con Doda Miranda, el jinete brasileño, fui a São Paulo con una de mis hijas para verla, pero no me recibió. Athina no quería saber nada. No quiere saber nada de su pasado. Volver a verla es una cosa pendiente”. Marina Tchomlekdjoglou no tiene cuentas pendientes con Christina Onassis. Si las tenía, han quedado saldadas con este libro. Tchomlekdjoglou se ocupó personalmente de organizar el velatorio de su amiga en Lázaro Costa, el tanatorio favorito de los ricos y famosos porteños, y su capilla ardiente en la Iglesia Ortodoxa Griega de la capital argentina. “Tú, que lo tenías todo, mírate ahora, desfigurada en un cajón. No te puedes ir así”, pensó Marina al ver el cadáver de Christina. Entonces sacó su polvera Estée Lauder y le colocó un poco de rubor en la cara. Luego se quitó el collar de perlas que llevaba y lo metió en el ataúd. “Quería que, al menos, en medio de este triste episodio, mi amiga tuviera con ella un objeto bonito y terrenal”. Ese fue el último capricho de la última Onassis.

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