Gaza se consume, exhausta por el hambre. Cuenta Samer Abuzerr, profesor en Salud Pública en la Universidad de Ciencias y Tecnología de Jan Yunis, que ya duele más la falta de alimento que las bombas. “Todo es catastrófico, pero el hambre, lenta, silenciosa y prevenible, es la más dolorosa. Las bombas matan instantáneamente, pero el hambre mata en una agonía prolongada, especialmente a los niños”, explica este investigador desde un refugio al sur de la Franja. Él es uno de los tres firmantes de una carta a la prestigiosa revista médica The Lancet, donde denuncian que Israel está usando la hambruna como “arma de guerra” en Gaza. La situación es insostenible, dice: “Ver a una madre intentar alimentar a su hijo con granos de arroz triturados remojados en agua contaminada es indescriptiblemente doloroso”.Las consecuencias en la salud y en la vida de la población serán devastadoras, avisa. Para los gazatíes de hoy y de mañana. “Los niños de hoy corren el riesgo de convertirse en una generación perdida, física y mentalmente afectados por el trauma y el hambre”, lamenta Abuzerr en una conversación por correo electrónico. Estudios científicos sobre el impacto de otras hambrunas, como las ocurridas durante la II Guerra Mundial, han demostrado que el daño de esas privaciones alimentarias puede dejar secuelas metabólicas y cardiovasculares, incluso, en los descendientes de las personas que han sufrido esos episodios de inanición.Más informaciónSegún las autoridades palestinas, los muertos por inanición rondan el medio centenar solo este mes (más de 100 desde el inicio de la guerra) y, si nada cambia, avisan los expertos sobre el terreno, vendrán muchas más. Toda la población de la Franja, 2,1 millones de personas, están en una situación de inseguridad alimentaria aguda y, si todo sigue igual, en septiembre medio millón de personas estarán en una situación catastrófica de hambre extrema, la fase más grave, según la Clasificación Integrada de las Fases (CIF, en español, IPC, en inglés), el índice internacionalmente reconocido para calibrar la situación alimentaria. “Estar en esa fase cinco, catastrófica, significa que se están enfrentando a hambre extrema y a un riesgo real de muerte por inanición si no se interviene de forma inmediata”, contextualiza Cristina Izquierdo, coordinadora de Nutrición del Equipo de Emergencias de Acción Contra el Hambre. Pero el resto de la población tampoco es que esté mucho mejor, advierte: “Una fase tres o cuatro, es decir, crisis o emergencia, lo que significa que muchas familias se ven obligadas a saltarse comidas, reducir porciones o vender lo poco que tienen para intentar conseguir efectivo para para invertirlo en comida”. Varios palestinos cargan sacos de harina descargados de un convoy de ayuda humanitaria, este sábado en Ciudad de Gaza.Jehad Alshrafi (AP)Izquierdo, que estuvo varios meses en Gaza el año pasado, asegura que el hambre “es igual de cruel” que las bombas: “Te despoja día a día, te quita la fuerza, la esperanza, la dignidad… No sé cómo debe de ser ver a tus hijos llorar sin poder consolarlos, sin tener nada que ofrecerles y que el dolor del estómago vacío se convierta en algo cotidiano. Durante los bombardeos, al menos, puedes correr a algún refugio, pero, ¿a dónde se corre cuando no hay nada que comer?”, reflexiona. El hambre es “silenciosa”, prosigue, pero igual de asesina: “Ahora mismo es el enemigo más destructivo porque afecta a todo el mundo y todo el tiempo, sin tregua”. Los expertos consultados claman para no perder más tiempo: la gente se están muriendo de hambre; y los que no se mueren hoy, avisan, pueden arrastrar las secuelas de esta hambruna de por vida.Una cascada de fallos orgánicosEl cuerpo humano está preparado para tolerar períodos de ayuno, pero limitados en el tiempo, explica Carol Lorencio, coordinadora del grupo de trabajo de Metabolismo y Nutrición de la Sociedad Española de Medicina Intensiva Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc): “En esas situaciones, nuestro cuerpo se va a adaptando para asegurar que nuestras células reciben la energía necesaria”. El problema es que, cuando esa ausencia de alimento se dilata en el tiempo, el organismo ya no tiene de dónde sacar glucosa —principal combustible de las células— u otros sustratos que le permitan funcionar y empieza a acumular, como en una especie de cascada, fallos orgánicos que acaban provocando la muerte.Lorencio explica que, en las primeras horas sin alimento, el organismo recurre a los depósitos de glucosa que tiene, por ejemplo, en el hígado y en el músculo, para poder funcionar. “Pero esas reservas son finitas, se agotan en 24 o 36 horas y, si seguimos sin comer, tendremos que acudir a un segundo mecanismo, que es sintetizar glucosa a través de otros sustratos, como los aminoácidos”, explica la intensivista.Esa estrategia, sin embargo, también tiene un límite y al tercer o cuarto día, cuando ya no hay glucosa ni forma de generarla, el cuerpo tiene que recurrir a otros sustratos energéticos, como los cuerpos cetónicos, que se crean descomponiendo grasa. “Pero en todo este proceso, lo que ocurre es que nos estamos autoconsumiendo. Estamos degradando nuestro propio sustrato para conseguir energía”, expone Lorencio. Y eso tiene consecuencias en la salud. El pequeño gazatí Mohamed Motawaq, de tan solo 18 meses, de cuerpo esquelético pasa los días en Gaza en brazos de su madre, Hidaya al Mutauaq, un mujer viuda, de 30 años, sin apenas leche y otros productos básicos por las restricciones que Israel.
Ahmad Awad (EFE)Pone unos ejemplos: “Si degradas músculo, el corazón, que es un músculo, va a dejar de funcionar bien. El cerebro, que solo consume glucosa, al no haberla, puede caer en letargia o coma. El hígado, por tanto estrés, puede disfuncionar también”. Así, señala, una inanición de más de cuatro o cinco días, puede abocar a “la aparición de un fallo multiorgánico”. Y si a eso se suma una situación de deshidratación, “puede llevar a la muerte en días”. No hay cifras exactas de cuánto puede aguantar un organismo sin comer, abunda Lorencio, ya que depende de factores como si la inanición va acompañada de deshidratación o de la condición física previa de la persona. Pero las consecuencias de todo ese proceso son devastadoras, insiste. El hambre duelePor el camino, el cuerpo se achica y también duele. Porque el hambre duele. Física y mentalmente: “Es una situación de dolor y malestar. Cuando el hipotálamo estimula el hambre y la sed, hay malestar, inquietud, desasosiego”, explica Lorencio.Sobre la arena de Gaza, todo ese proceso de inanición hasta la muerte que está presenciando el mundo en directo se vive con “una desesperanza abrumadora”, cuenta Abuzzer, que vive allí junto a su mujer y sus cuatro hijos. “La gente dice: ‘Ya no tememos a la muerte, tememos sobrevivir otro día sin comida’. Los padres se saltan comidas para alimentar a sus hijos. Los niños mendigan comida en las calles o comen hojas, forraje o harina mezclada con agua de mar… Las emociones más comunes son la desesperación y el abandono: la sensación de que el mundo los ha abandonado”, explica el investigador palestino.La gente hace lo que puede para sobrevivir. Desde tirar de hierbas silvestres, pasto, alimento para animales o alimentos enlatados caducados, relata Abuzzer, hasta cavar pozos en busca de agua —a menudo contaminada— o quemar plástico para cocinar, aunque sea tóxico. Se trata de matar el hambre antes de el hambre los mate a ellos. “Las redes informales de ayuda —vecinos que comparten sobras— son lo que mantiene a muchos con vida. Ha surgido un mercado negro, pero los precios son desorbitados. Un kilo de harina puede costar hasta 50 dólares, algo inasequible para la mayoría”, subraya. La situación es “desgarradora”, concuerda Izquierdo: “Recuerdo que algunas madres intentaban dormir a sus hijos temprano para que no sintieran el hambre. Es una forma de supervivencia forzada y desgastante”.Cicatrices visibles: neumonías, diarreas, sarnaLas consecuencias de esa falta de alimento ya están dejando cicatrices bien visibles más allá de las muertes. Explica Izquierdo que son especialmente graves en los niños, un colectivo donde ya se ha observado un aumento de la desnutrición aguda: “Pierden peso rápidamente, se debilitan, el sistema inmunológico se deteriora y esto los hace más vulnerable a enfermedades comunes, como neumonías o diarreas”. Un informe de la ONG Oxfam Intermón señala que las enfermedades transmitidas por agua en mal estado han aumentado cerca de un 150% en tres meses. “Los brotes de diarrea acuosa, ictericia, sarna, hepatitis A, fiebre tifoidea y sarampión son rampantes”, atestigua Abuzzer, que es experto en sistemas de salud en situaciones de crisis y prevención de enfermedades infecciosas. El hambre y las enfermedades son vasos comunicantes. “Un círculo vicioso”, dice el investigador palestino, pues la desnutrición debilita el sistema inmune, haciendo a las personas más vulnerables a las infecciones. “Y si la desnutrición se cronifica en los niños, dejan de crecer adecuadamente y eso les afecta no solo a su estatura, sino también a su desarrollo cognitivo”, agrega Izquierdo. En los adultos, el cuerpo también se debilita, pierden masa muscular y sufren fatiga crónica, anemia y alteraciones metabólicas. Y además el impacto psicológico y emocional de la inanición. “El hambre constante provoca ansiedad, irritabilidad y depresión”, recuerda la activista. Los expertos ponen especial foco en el impacto en mujeres embarazadas: la desnutrición puede provocar complicaciones en la gestación, partos prematuros, bebés con bajo peso al nacer y más mortalidad. Además, los descendientes de mujeres hoy desnutridas pueden sufrir alteraciones en el desarrollo cerebral con consecuencias perpetuas en su salud.Una herencia de mala saludEsa es la herencia para el futuro. “La desnutrición en la primera infancia provoca deterioro cognitivo de por vida, menor rendimiento académico y enfermedades crónicas. Estudios epigenéticos de la hambruna holandesa [en la II Guerra Mundial] demostraron que los efectos de la inanición persistieron en la descendencia décadas después”, recuerda Abuzzer. Los hijos de mujeres embarazadas entonces tuvieron más riesgo de obesidad, diabetes o enfermedades coronarias e incluso, algunos de sus nietos, en 2008, tenían restos de esas cicatrices en forma de alteraciones en la función de los genes.Un niño con dos bidones vacíos se dirige a recoger agua a un camión cisterna, este sábado en Ciudad de Gaza.ZUMA vía Europa Press (ZUMA vía Europa Press)Otra investigación sobre el impacto del asedio a Leningrado a principios de los cuarenta reveló que los que estuvieron expuestos a la hambruna en la adolescencia tenían más riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares, como infartos e ictus. “El impacto de la desnutrición que vemos hoy en Gaza no se detiene con esta generación: el hambre que no se atiende hoy puede convertirse en un ciclo de pobreza, enfermedad y desigualdad que se hereda”, advierte Izquierdo. La paradoja burocráticaSegún la CIF, para declara la hambruna hace falta que el 20% de las familias no puedan mantener sus necesidad alimentarias mínimas, que el 30% de los menores de cinco años tengan desnutrición grave y que a causa de la hambruna, haya, al menos, dos muertes diarias por cada 10.000 habitantes. Difícil de medir dada la devastación que vive Gaza y el bloqueo de acceso al personal humanitario. “La ausencia de una declaración formal no puede ser la excusa para no actuar. Y la realidad exige una respuesta inmediata, no una respuesta burocrática”, reclama. Y aunque la etiqueta a los gazatíes que hoy pasan hambre “no les va a dar de comer ni les va a salvar la vida en este momento”, admite la activista, sí puede acelerar decisiones políticas y desbloquear fondos. Izquierdo intenta ser optimista, pero la realidad se impone en su discurso: “Si la situación no cambia de forma urgente, las perspectivas de salud para Gaza son devastadoras. Lo que está ocurriendo ahora va a dejar consecuencias durante años: una generación de niños con retraso de crecimiento, dificultades en el aprendizaje y salud frágil; mujeres que dan a luz en condiciones inseguras y bebés que ya nacen con desventaja; enfermedades crónicas que no están siendo tratadas y que pueden derivar en incapacidades permanentes o muertes prematuras; un sistema de salud devastado que tardará años en recuperarse si logra hacerlo. Y más allá de lo físico, también habrá una herida psicológica y colectiva enorme. Generaciones marcadas por el trauma, el miedo, la pérdida y la incertidumbre. No solo es la salud lo que está en juego, es el futuro de un pueblo”.

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