Mateo tiene 14 años y lleva uno sin ir a su instituto público en Cantabria. Una mañana de marzo de 2024, después de que sus notas hubieran experimentado una súbita caída en la evaluación anterior, se despertó diciendo que no quería volver a clase. “Se quedó en la cama, llorando, con ansiedad. No contaba nada. Solo decía que no quería ir”, dice su madre, Inma. Su nombre y el del adolescente se han cambiado en este artículo para preservar su intimidad. Viéndolo tan mal, ese mismo mes llevaron al chico a urgencias y ante una psiquiatra relató que estaba siendo víctima de acoso escolar. “Contó que le daban collejas y patadas, y que le bajaban los pantalones y los calzoncillos delante de los demás”, añade Inma. Mateo tiene altas capacidades, y también Trastorno del Espectro Autista (TEA) en grado 1, el menos intenso, que afecta a su facilidad para entablar relaciones sociales y, en este caso, parece complicado que hable abiertamente de lo ocurrido.Pese a los esfuerzos de su familia, los intentos de reincorporación al instituto no han tenido éxito. Y el centro educativo se ha negado tanto a abrir el protocolo por acoso (porque no lo reconoce aquí como tal) como a proporcionarle enseñanza domiciliaria o telemática. La Consejería de Educación de Cantabria se limita a decir que es “un caso muy complejo”, y a asegurar que hay varios departamentos implicados en buscar una solución.La madre asegura que, entre los pocos apoyos que ha encontrado este año figura el de Lourdes Verdeja, presidenta de la asociación cántabra Tolerancia 0 al Bullying. Verdeja, sin dar pistas que permitan identificarla, muestra el audio de wasap que le ha mandado esta mañana de abril otra adolescente. La chica se ha escondido en un baño de su centro para que no la oigan y, entre lágrimas, ha grabado un mensaje contándole que un grupo de compañeros ha vuelto a insultarla y a decirle que todos la odian. “Hay muchos Antonios”, dice Verdeja en referencia al chaval con parálisis cerebral al que otros estudiantes maltrataron mientras lo grababan, en el instituto Torres Quevedo de Santander, en un vídeo que se hizo viral en marzo. Su caso, como el de otro chico agredido física y sexualmente en su instituto de Almendralejo, Extremadura, son ejemplos del grave problema que tiene España con el acoso escolar, y de la ineficacia del sistema educativo para atajarlo, reparar a las víctimas y corregir la conducta de los agresores. Ambos sucesos, sumados en el plano de la ficción al de la serie británica Adolescencia, emitida en Netflix, que narra el caso de un chaval de 13 años que asesina a una compañera de clase influenciado por los contenidos misóginos que circulan por internet, han generado cierto clima de alarma en torno a la generación que está recorriendo ahora el camino entre la infancia y la edad adulta.¿Está justificada esa atmósfera? ¿Es fiel el retrato que va dibujándose? Los datos no parecen avalarlo, aunque sí incluyen algunas señales preocupantes, referidas especialmente a su salud mental, e incluyen un gran agujero negro; el aumento vertiginoso de los delitos sexuales cometidos por menores. Las causas abiertas por este motivo contra ellos crecieron un 74% entre 2018 y 2023. La Memoria de la Fiscalía General del Estado del año 2024 señala, al respecto, que los delitos por violencia sexual atribuidos a menores llevan casi una década en ascenso “si bien el mayor repunte se ha producido desde el año 2021, en una alarmante espiral que no para de crecer”. Los fiscales lo atribuyen, entre otros factores, al “acceso temprano a contenidos pornográficos inadecuados sin una adecuada educación sexual y en valores”. El uso sin filtros de dispositivos digitales individuales aparece una y otra vez en las explicaciones de los expertos y en los documentos consultados en este artículo como uno de los factores de riesgo específicos que afronta la actual generación de adolescentes.Si se observa el total de causas penales abiertas contra adolescentes, la variación entre 2018 y 2023 es, en cambio, pequeña: suben un 5%. Las conductas antisociales, que abarcan tanto acciones delictivas (robar un bolso) como otras que no lo son (evitar paga el autobús), permanecieron estables entre 2018 y 2022, afirma Ana Villafuerte, investigadora de la Universidad de Cádiz, citando el análisis que realiza periódicamente Health Behaviour in School-aged Children (HBSC). Un informe auspiciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que recoge abundantes indicadores y tiene en España una muestra de 40.495 chavales de 11 a 18 años. De forma general, las conductas antisociales tienden a aumentar a lo largo de la adolescencia y descienden al final de la etapa como consecuencia, entre otros factores, señala Villafuerte, de que los chavales todavía se encuentran en un proceso de maduración cerebral ―su sistema límbico, responsable de las decisiones impulsivas, es similar al de los adultos, mientras que la corteza prefrontal, encargada de controlar dichos impulsos, todavía es inmadura―.Y los casos de acoso escolar, de hecho, se han reducido en las últimas décadas. En 2002, un 24% de los chavales aseguraban haber sido maltratado por sus iguales al menos una vez en los últimos dos meses, según el HBSC, y el porcentaje se había reducido a la mitad en 2018 (último dato disponible). Un descenso notable que también encuentra, en este caso respecto a 2009, otro estudio realizado en 2023 por la Unidad de Psicología Preventiva de la Universidad Complutense de Madrid y la Fundación ColaCao, en el que participaron 20.266 alumnos.La visión pesimista hacia la adolescencia no es nueva, señala Carmen Moreno, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Evolución de la Universidad de Sevilla e investigadora principal del estudio HBSC en España. “Forma parte de un estereotipo que viene de muy antiguo. Nos produce cierto vértigo su manera de afrontar ciertos aspectos de la vida y nos parece que no están preparados para lo que se les viene encima en la vida adulta. En el estudio HBSC estamos cansadas de mostrar los resultados positivos que encontramos, algunos muy llamativos, como el descenso del consumo de alcohol y tabaco, sin que casi nadie se haga eco de ello, o mucho menos de lo que lo harían si fuera al revés”.La serie de Netflix, prosigue Moreno, “está muy bien hecha, plantea bien un tema, pero no refleja la situación media de los adolescentes”. La macroencuesta patrocinada por la OMS contiene más evidencias que invitan a mirar la etapa de otro modo. Una de ellos es que el abismo generacional que existía en otros tiempos (en el suyo, por ejemplo, subraya la catedrática, de 63 años) ya no existe. “Los datos dicen que nuestros adolescentes, hoy día, en promedio, ojalá fuera en todos los casos, se sienten a gusto en sus hogares. Y que gran parte de ellos tienen una comunicación buena o muy buena con sus padres. Hay cosas que deberían mejorar, como el tiempo que padres y madres pueden pasar con sus hijos. Pero en general, la atención, el cuidado, la consideración y la sensibilidad que hoy tenemos hacia la infancia y la adolescencia es sin duda mayor que la que había en épocas anteriores”.Un grupo de adolescentes, el viernes en Valencia.Mònica TorresTampoco ha percibido un cambio a peor en los 16 años que lleva dando clase, Sergi del Moral, director del instituto escuela Les Vinyes, en Castellbisbal, Barcelona. “No hay nada que esté intrínsecamente mal en la adolescencia. Una etapa que vivimos todos y que es maravillosa, y compleja también. La pubertad física, el descubrimiento de la sexualidad, la búsqueda de nuevos referentes, la pertenencia al grupo de iguales, la maduración del pensamiento abstracto, la inestabilidad emocional, el cuestionamiento de las normas… Una sociedad que no comprende a sus adolescentes es una sociedad inmadura. Y que la visión negativa de los adolescentes sea un lugar común habla peor de la sociedad que de los adolescentes”, afirma.Que en su centro no haya empeorado el comportamiento no significa, matiza Del Moral, que no haya conflictos que alteran fuertemente la convivencia. Ni que cuente con todos los recursos necesarios para atender la complejidad de las aulas. “Pero la resolución de conflictos está mucho más centrada en el reconocimiento, la reparación y la disculpa que en la sanción, y eso tiene consecuencias en cómo nos relacionamos”.En España existen 19.500 centros educativos de primaria y secundaria, así que hay que llevar cuidado con generalizar. Lo que muestran las investigaciones es que en los centros donde las situaciones de acoso se abordan bien, los casos descienden, mientras que donde no se actúa o se hace mal puede instalarse una cultura que normaliza la violencia, lo que puede conducir a un aumento de las agresiones. María José Díaz-Aguado, pionera en los estudios sobre la materia en España, plantea observar el bullying con una perspectiva más amplia: “El acoso escolar es la expresión de un modelo ancestral de dominio y sumisión, donde el fuerte ejerce el poder sometiendo, destruyendo, a una víctima que no puede defenderse por sí misma si el sistema no la defiende”, afirma. La violencia contra las mujeres es otra de dichas expresiones (que a veces se comete de forma simultánea al bullying), continúa Díaz-Aguado. Y solo hay que mirar los acontecimientos que están sacudiendo al mundo para ver otros ejemplos, añade. “La escuela no inventa ese modelo, lo reproduce. Y para que pueda transformarlo tendríamos que darle medios”.Riesgos que pueden convertirse en problemas“Entre muchos docentes cunde una sensación de desánimo y de cansancio; entienden que lo que hay son parches, y consideran que carecen de recursos para afrontar el problema”, afirma Aurora Cuevas, coordinadora de un estudio para la Fundación Cotec en el que han participado 26 centros educativos de seis comunidades autónomas. “No se entiende”, añade Toni Solano, director del instituto público Bovalar de Castellón, “que no haya educadores o trabajadores sociales en centros de secundaria en los que hay centenares de adolescentes en situaciones de riesgo y exclusión social. Y que no haya asistencia psicológica suficiente para el incremento exponencial de problemas de salud mental. Si no nos anticipamos, esos riesgos se convertirán en problemas que normalmente solo se solucionan con unas expulsiones no se sabe bien a qué lugar”, señala.El porcentaje de chavales españoles de 15 años que manifiesta sentirse insatisfecho por la vida creció entre 2015 y 2022 un 54%, hasta alcanzar a uno de cada seis, según datos del Informe PISA, organizado por la OCDE. Y los que sienten ansiedad más de una vez por semana casi se doblaron, y ya alcanza a uno de cada cinco, según el mismo estudio. José Pedro Espada, director del Centro de Investigación de la Infancia y la Adolescencia de la Universidad Miguel Hernández de Elche, cree que en este terreno sí hay motivos para preocuparse: “Los trastornos clínicos, como la depresión, se mantiene en niveles parecidos a los de hace unos años. Pero los casos no tan graves han aumentado bastante. Y, según nuestros datos, alcanzan por ejemplo el 25% en el caso de los trastornos alimentarios de las chicas. Ese aumento significa que hay más candidatos a tener trastornos clínicos a corto plazo, y también, que hay una bolsa de chavales que lo está pasando mal”. El catedrático apunta como posibles causas del aumento algunos cambios en el modelo de crianza ―”evitar en exceso que niños y adolescentes se frustren es un error, porque frustrándonos también crecemos”― y, de nuevo, a los smartphones y demás dispositivos digitales, con su caudal de contenidos potencialmente inadecuados o adictivos, las continuas comparaciones a que inducen las redes sociales (dañinas sobre todo para las chicas), y la amplificación de la capacidad destructiva del acoso escolar que conllevan.Alba Peralta tiene 18 años, estudia danza contemporánea, vive con sus padres en Ripollet, Barcelona, y tampoco está de acuerdo con la imagen que se ha instalado últimamente de la adolescencia. “No tengo la sensación de que haya un problema específico con mi generación. Veo personas de diferentes edades que sí son, digamos, malas o agresivas. Pero también veo a personas de mi edad y de otras distintas, que no lo son, y que intentan que el mundo sea un lugar más agradable”. Peralta no sabría decir si la adolescencia de sus padres fue más o menos difícil que la actual (“el contexto es diferente”, dice). A ella en todo caso, le preocupan las noticias que le llegan casi a diario sobre las guerras y el cambio climático; “me pone bastante triste que este sea mi futuro”.Actuar eficazmente contra el acoso escolar es urgente, coinciden todos los entrevistados. Varios, advierten, sin embargo, que si la mirada de los adultos sobre los adolescentes se concentra solo en los episodios más crueles será más difícil que vean otras de sus necesidades que también son importantes para su bienestar. Como las horas que duermen, que se desplomó entre 2010 (cuando el 75% dormía las horas consideradas óptimas) y 2022 (cuando lo hace solo el 30%), según el HBSC. La falta de plazas públicas en FP y universidad, que impide a muchos, sobre todo de clases populares, estudiar lo que les gustaría. O que las ciudades apenas ofrezcan espacios para unos vecinos demasiado pequeños para empezar a ir a bares y demasiado mayores para continuar yendo a parques infantiles.

¿Es la adolescencia como la pinta Netflix? “Nos produce vértigo su manera de afrontar la vida” | Educación
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