En 1947, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar en Países Bajos un juicio extraño. El banquillo de los acusados lo ocupaba Han van Meegeren, un pintor de 58 años acusado de haber saqueado bienes culturales nacionales. Se le atribuía la venta del cuadro Cristo y la mujer adúltera, del maestro del Siglo de Oro Johannes Vermeer, nada menos que al nazi Hermann Goering, comandante supremo de la fuerza aérea alemana. Pero no era un caso de colaboracionismo. El procesado admitió ser el verdadero autor de la tela y aseguró que la titulada Los discípulos en Emaús, expuesta en el Museo Boijmans van Beuningen, de Róterdam, era también suya y no de Vermeer. Afirmó, incluso, haber ejecutado un puñado más. Condenado por fraude y fallecido poco después, su ciudad natal, Deventer, prepara un museo para mostrar a partir de 2026 sus obras: las que llevan su firma auténtica y varias falsas. Más informaciónLa exposición, de carácter permanente, marcará la vuelta a casa del impostor más famoso de la historia del arte neerlandés, que quiso triunfar por su cuenta pero su estilo clásico desentonaba entre las vanguardias artísticas del siglo XX. Un hombre que se dejó llevar por la avaricia, y cuyas simpatías nacionalsocialistas durante la ocupación alemana de Países Bajos siguen siendo motivo de estudio. “Los falsificadores del arte suelen ser personas complicadas e infelices”, afirma, en un correo electrónico, el estadounidense Edward Dolnick, autor de The Forger´s Spell (El hechizo del falsificador). El libro recorre el crimen casi perfecto cometido por Van Meegeren, y el escritor recuerda en su mensaje que “no es bueno para el alma que la gente pase por delante de tu obra sin prestarle atención cuando lleva tu nombre, pero que se queden boquiabiertos cuando es de otra persona”. Al mismo tiempo, Dolnick advierte de que “la codicia fue una motivación más fuerte que el orgullo herido”.Han van Meegeren nació en 1889 en una familia de profunda devoción católica. Su padre no quería que fuese artista y le obligó a estudiar arquitectura. También le forzaba a escribir a menudo cientos de veces: “No sé nada, no soy nada, no soy capaz de nada”. El chico se matriculó en la Escuela Técnica Superior de Delft entre 1907 y 1913, y aunque aprobó con facilidad los exámenes, no se presentó a la prueba final. Bartus Korteling, un pintor amigo, le instruyó en el estilo de los maestros del siglo XVII, y cuando ganó una medalla de oro de la universidad con un óleo del interior de una iglesia, la suerte estaba echada.Fotografía del cuadro de Han van Meegeren ‘Los discípulos en Emaús’.Alamy Stock PhotoComo pintor profesional, era popular y con cierto éxito de ventas. “Le faltaba el reconocimiento de la crítica, pero no era un fracasado”, indica Ewout van der Horst, director de Deventer Verhaal, la fundación que promueve la conservación del patrimonio cultural de la ciudad, al este del país. Dice que Van Meegeren “tenía muchos gastos debido a su querencia por el lujo, y deseamos contar la historia de un hombre atormentado a través de su obra”. Esta institución ha comprado una treintena de sus cuadros a un coleccionista local, llamado Theo Bakker, para la exposición. Bakker, que tenía la casa forrada de van meegerens, sí cree que falsificaba “porque los críticos tildaron su obra de decorativa y sin valor”, cuenta, al teléfono. Divorciado de su primera esposa, y con dos hijos, el artista se instaló en 1932 con su segunda mujer en el sur de Francia. Allí experimentó durante años con plomo blanco, índigo, cinabrio y lapislázuli hasta lograr la mezcla adecuada. Faltaban dos cosas: un lienzo del siglo XVII y algo para que los pigmentos parecieran antiguos. Resolvió lo primero comprando una tela auténtica de la época, que rascó con piedra pómez para borrar el original. Luego se le ocurrió añadir baquelita a la pintura, una resina sintética que la endurecía como cuando se seca con el paso del tiempo. La concejala de Cultura, Ilse Duursma (en el centro), observa de cerca las impresionantes pinturas de Han van Meegeren.Viorica CernicaUna vez terminado el cuadro, lo metía en un horno a unos 100 grados centígrados y después lo enrollaba sobre un cilindro. Así lograba el craquelado, las grietas que aparecen en los lienzos por el envejecimiento, y que luego rellenaba con tinta china. Acababa con barniz opaco. Ejecutó primero una obra al estilo del pintor flamenco Frans Hals, pero fue retirada de una subasta por falsa sin que se destapara su autoría. Hizo también un par de pruebas al estilo de Vermeer, aunque no las vendió. En 1936 acabó Los discípulos en Emaús. Es el pasaje evangélico en que Cristo resucitado se les aparece camino de la aldea del mismo nombre. El engaño sobrepasó sus expectativas y ya no hubo marcha atrás. En 1937, Los discípulos en Emaús llegó a través de un intermediario hasta Abraham Bredius, el experto más respetado de su época. En cuanto lo calificó de obra maestra de Vermeer, se desató una pugna por comprarlo. El precio de venta era de 520.000 florines, y al final lo adquirió un rico armador que lo donó al Boijmans van Beuningen, informa el museo. Parte del éxito de Van Meegeren se explica porque captó el ambiente propicio a la aparición de un cuadro temprano de Vermeer, generado en Países Bajos por los propios historiadores del arte. Estos sostenían que debió de haber pintado temas religiosos cuando no era tan reconocible como en la famosa La joven de la perla. ¿Fallaron entonces los controles científicos? Dibujo de Han van Meegeren: un niño y una niña jugando con conejos.Es una paradoja que Edward Dolnick explica así: “Expertos [en arte] y científicos suelen proceder de mundos diferentes y desconfían unos de los otros”. Añade que, en este caso, había un fuerte elemento grupal y “una vez que los críticos dieron por auténtica la falsificación, la mayoría siguió su ejemplo”. Van Meegeren permaneció en la sombra con la venta, se hizo millonario y ya no paró de falsificar hasta que, en 1942, Cristo y la mujer adúltera llegó a manos de Hermann Goering, el jerarca nazi. Era otro supuesto Vermeer, y en plena guerra fue difícil compararlo con los originales. Goering pagó 1,6 millones de florines y creyó poseer una joya.Aunque Van Meegeren tampoco trató con Goering, sus supuestas afinidades nacionalsocialistas “son una muy mala noticia políticamente”, según Dolnick. Por su parte, en su libro The man who made Vermeers (El hombre que hizo vermeers), el historiador estadounidense del arte Jonathan López sostiene que el neerlandés era un estafador y un oportunista. Escribe que necesitaba dinero y se aprovechó de la ocupación nazi, aunque simpatizaba con dicha ideología. Como en la burocracia alemana se apuntaba todo, cuando las fuerzas aliadas encontraron Cristo y la mujer adúltera en el castillo austríaco de Fischhorn, tiraron del hilo de marchantes y mensajeros hasta llegar a Van Meegeren. Era el principio del fin, pero restaba un giro espectacular.El director del museo, Ewout van der Horst (izquierda), en casa de Theo Bakker, coleccionista de obras de Van Meegeren.Viorica CernicaPara evitar ser acusado de traición a la patria, el pintor tuvo que reconocer en 1945 que era un falsificador. No le creyeron, y entonces declaró ante los jueces que podía demostrarlo. El tribunal aceptó el reto y acondicionó un piso en Ámsterdam para que pintase un cuadro como los de Vermeer. Realizó en público Jesús y los escribas en el templo, y el juicio se abrió en octubre de 1947. Las audiencias tuvieron eco internacional, sobre todo porque se defendió diciendo que lo importante era que había engañado a Goering: al enemigo. La imagen de la burla al ocupante caló entre sus compatriotas y se convirtió casi en un héroe. Sentenciado a un año de cárcel, murió ese mismo diciembre con problemas de adicción al alcohol, el tabaco y la morfina. “Van Meegeren es una figura importante por lo que nos dice sobre la credulidad y los estafadores”, sostiene Edward Dolnick. ¿Y si también alimentó el deseo de que siga habiendo tesoros escondidos del arte?

Han van Meegeren, uno de los grandes falsificadores del siglo XX, tendrá su propio museo en Holanda | Cultura
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