Las tecnológicas se van a la guerra. No es una metáfora. Tras años evitando que se les vincule públicamente con el complejo militar-industrial, las Big Tech se han echado al monte. La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido el empujón definitivo para que a muchas compañías les deje de dar apuro firmar contratos con el Ejército. Más allá de la conexión de los tecnomagnates con el presidente de EE UU, escenificada en su ceremonia de toma de posesión, este quiere invertir un billón de dólares en 2026 para “modernizar” las fuerzas armadas, lo que, desde su punto de vista, pasa por introducir la inteligencia artificial (IA) en la defensa.Eso es música para los oídos de los gigantes de Silicon Valley, que esta semana ya han visto que el republicano va en serio. OpenAI, Google, Anthropic y xAI, la empresa de IA de Elon Musk, han obtenido contratos de hasta 200 millones de dólares cada uno para fomentar las capacidades avanzadas de IA en el Departamento de Defensa.La contratación de funcionarios del Pentágono por parte de las tecnológicas no es una novedad. Meta ha protagonizado recientemente esfuerzos en ese sentido, según desveló Forbes, “para que le ayuden a vender sus servicios de realidad virtual e IA al gobierno federal”. Lo que no es tan habitual es que los fichajes se realicen en sentido inverso. En junio, el Ejército anunció el nombramiento de cuatro tenientes coroneles en la reserva para el nuevo Destacamento 201, también conocido como el Cuerpo Ejecutivo de Innovación, encargado de “fusionar experiencia tecnológica puntera con innovación militar”. Los elegidos son Adam Bosworth, jefe de tecnología de Meta y hombre de confianza de Zuckerberg; Kevin Weil, responsable de producto de OpenAI; Shyam Sankar, director de tecnología en Palantir, y Bob McGrew, exdirectivo de Palantir y OpenAI.El hecho de que haya ejecutivos con galones militares es tan simbólico como indicativo del momento que atravesamos. Se están diluyendo a pasos agigantados las fronteras entre Silicon Valley y el Pentágono.El cortejo es constante en los últimos tiempos. Google eliminó en febrero de su código de conducta la restricción a desarrollar armas o herramientas de vigilancia masiva. Microsoft reconoció en mayo que, desde que se inició la invasión de Gaza, ha vendido al ejército israelí tecnología avanzada de IA y servicios de computación en la nube. OpenAI, la empresa desarrolladora de ChatGPT, se hizo en junio con otro contrato de 200 millones de dólares por el cual facilitará al Pentágono sus herramientas de IA generativa. La compañía también cambió en enero de 2024 su política de uso para suprimir la prohibición que impedía utilizar su tecnología en tareas “militares y de guerra”: ahora se permiten los “casos de uso de seguridad nacional que se alineen con nuestra misión”. Ya en diciembre, la empresa anunció una alianza con Anduril, una startup de tecnología militar que ha configurado junto a Palantir un consorcio para presentarse a concursos de Defensa. A Ranger from 3rd Battalion, 75th Ranger Regiment participates in the IVAS Capability Set 4 tropical weather testing in Camp Santiago, Puerto Rico, in March 2021. (Photo Credit: Courtney Bacon)Courtney Bacon (ARMY)En noviembre, Meta desveló que había dado luz verde para que sus modelos de IA estén disponibles para los contratistas militares Lockheed Martin y Booz Allen. Scale AI, la empresa en la que Meta invertirá 14.300 millones de dólares y a cuyo fundador, Alexandr Wang, ha fichado para su división de investigación en IA general, es la elegida por el Pentágono para realizar los tests y evaluaciones de los grandes modelos de lenguaje que usará el ejército. En mayo de este mes, la empresa fundada por Mark Zuckerberg hizo público un acuerdo con Anduril para desarrollar gafas de realidad virtual y mixta para los soldados.La “economía del genocidio”La relatora especial de Naciones Unidas en los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, describe en un informe cómo la tecnología corporativa, los proveedores de servicios en la nube y las empresas armamentísticas están profundamente entrelazados en lo que denomina una “economía del genocidio”. De acuerdo con el informe, Microsoft, HP, IBM, Google y Amazon, entre otras, están implicadas en tecnologías de vigilancia allí desplegadas. IBM ha contribuido a la recopilación y uso gubernamental de bases de datos biométricos de palestinos, mientras que tanto Microsoft y Palantir como Google y Amazon dan soporte en la nube y a los sistemas del gobierno y el Ejército israelí. Albanese ha sido sancionada por EE UU por sus denuncias.“Desde la perspectiva de la historia de la tecnología, diría que hay una continuidad. Nuestro concepto occidental de tecnología moderna tiene su génesis en el ámbito militar o de la seguridad”, sostiene Lorena Jaume-Palasí, experta en ética y filosofía del derecho aplicadas a la tecnología. Internet se concibió como un sistema de comunicaciones seguro para las fuerzas armadas. Antes de llevarnos a destino en los viajes, el GPS guiaba a los misiles y submarinos. Y como estos hay incontables ejemplos. Luego está la cuestión del tamaño. Ocho de las diez mayores empresas del mundo por capitalización bursátil son tecnológicas y estadounidenses: Nvidia, Microsoft, Apple, Amazon, Alphabet, Meta, Broadcom (fabricantes de semiconductores) y Tesla. Solo dos, la saudí Aramco y el fondo Berkshire Hathaway, se dedican a otros negocios. Sería osado minusvalorar la capacidad de influencia de la industria más poderosa del mundo. Han conseguido, por ejemplo, que el desarrollo de una IA cada vez más potente sea considerada una cuestión de seguridad nacional, aunque detrás esté el ánimo de lucro y se perjudique al medioambiente. El propio Trump ha dicho en varias ocasiones de que las empresas estadounidenses deben ganarle a China la carrera armamentística de la IA.“Nosotros argumentamos que eso es simplemente una cobertura para que estas empresas concentren todavía más poder y fondos”, dice Heidy Khlaaf, científica jefa de IA en AI Now Institute, un centro de investigación enfocado en las consecuencias sociales de la IA. Presentarse como protagonistas de una cruzada casi civilizatoria protege a las tecnológicas de “fricciones regulatorias”, al tildar cualquier llamamiento a la rendición de cuentas como “un perjuicio a los intereses nacionales”. Y les permite posicionarse “no solo como demasiado grandes, sino también como demasiado importantes estratégicamente para fracasar”, lee un reciente informe de AI Now Institute.Sin embargo, el hecho de que las grandes corporaciones de la tecnología comercial manejen asuntos de seguridad nacional puede traer problemas. “Los modelos como Llama de Meta o GPT-4 de OpenAI introducen vulnerabilidades de ciberseguridad, creando nuevos vectores a través de los cuáles los países enemigos pueden dañar nuestra seguridad”, escribió hace poco Khlaaf en una tribuna de opinión en The New York Times. Esos sistemas se pueden manipular “envenenando los datos” con los que se han entrenado. “Las empresas de IA han podido eludir los estándares militares que deben seguir los sistemas de defensa, promoviendo una narrativa infundada de carrera armamentista en IA”, explica a EL PAÍS la ingeniera. “La seguridad nacional sigue siendo una fuerza clave que moldea la formulación de políticas en torno a la IA, y es utilizada por las empresas del sector tanto para evitar regulaciones como para atraer inversiones”, añade.Protestas de los empleadosKhlaaf recuerda que si estas corporaciones pueden hacer negocios con el sector militar es gracias a todos nosotros. “La información personal identificable utilizada para entrenar los modelos permite que la IA sea usada con fines militares, como en capacidades ISTAR (inteligencia, vigilancia, adquisición de objetivos y reconocimiento), ya que esos datos permiten a los sistemas vigilar y apuntar a poblaciones específicas”, subraya. “En última instancia, seamos o no usuarios de herramientas de IA, nuestros datos hacen posible que la IA se use con fines militares y de vigilancia sin nuestro consentimiento”. 2WAH91A Shut Down Google: No Tech For Genocide, protesting Project Nimbus contract with Israel and artificial intelligence for warfare. San Francisco, CA, USAKristin Cato / Alamy Stock Photo (Alamy Stock Photo)La nueva orientación de las grandes tecnológicas genera contradicciones internas. Algunos trabajadores han organizado protestas o hasta han dimitido por la vinculación de sus compañías con el sector militar. Entre los últimos episodios destacan las manifestaciones en abril del año pasado de empleados de Google en la sede de Nueva York, Sunnyvale (California), San Francisco y Seattle de la multinacional. El motivo: el llamado proyecto Nimbus, un contrato de unos 1.200 millones de dólares por los que presta soluciones en la nube al gobierno de Israel y a sus fuerzas armadas. Esas protestas se saldaron con 28 despidos. Más recientemente, en abril de este año, Microsoft despidió a dos trabajadores que se quejaron públicamente del suministro de IA a Israel. En febrero, otros cinco empleados fueron expulsados de una reunión en la sede central de Redmond con el director general de la compañía, Satya Nadella, por protestar contra los contratos para proporcionar servicios de inteligencia artificial y computación en la nube al Ejército de Israel.“Los valores democráticos occidentales están amenazados”, dijo a Axios el fundador de Google DeepMind, Demis Hassabis, poco después de que su matriz cambiara el código de conducta de la compañía para dar cabida a actividades relacionadas con el sector militar. “Tenemos el deber de poder ayudar en aquello en lo que estamos especialmente capacitados y en posición de hacerlo”. El también premio Nobel de Química puso como ejemplo el desarrollo de defensas contra ciberataques y ataque biológicos impulsados por IA. “He dicho en varias ocasiones que estoy en contra de las armas autónomas, pero algunos países las están construyendo. Eso es simplemente una realidad”.Para Raquel Jorge, del Real Instituto Elcano, hay que buscar la explicación del cambio de rumbo de las tecnológicas en el nuevo contexto de defensa. Siempre ha habido guerras en el mundo, pero hacía tiempo que no había alguna que afectara directamente al interés de seguridad nacional de EE UU. “Por un lado, tenemos desde 2022 la guerra de Ucrania y desde el año pasado la de Gaza. Por otro, la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, que ha prometido aumentos en la partida de defensa y exige más recursos a los aliados de la OTAN”, describe. “Todo esto hace que el contexto de defensa sea ahora muy incremental, lo que facilita a las empresas tecnológicas, que antes eran muy cuidadosas con su narrativa en este terreno, sentirse más cómodas hablando de ello”.

Las grandes tecnológicas se lanzan al negocio de la guerra: así se militariza Silicon Valley | Tecnología
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