Puede sonar raro y anacrónico utilizar términos como espionaje, contrainteligencia, servicios secretos o agente doble en relación con la Antigüedad. Pero actividades, organismos y personal que responden en gran manera a nuestros conceptos actuales fueron desplegados con profusión por las civilizaciones del mundo antiguo haciendo bueno el dicho de que no hay nada nuevo bajo el sol (o en este caso a la sombra). Más informaciónPor poner unos ejemplos: Ramsés II casi es derrotado en la batalla de Qadesh (resultó en tablas) a causa de un fallo clamoroso de su servicio de inteligencia militar y una operación de contrainteligencia de sus enemigos, los hititas: los egipcios capturaron a dos beduinos (en realidad espías) que les dieron información falsa que no fue contrastada y llevó a una parte del ejército del faraón a una emboscada de los letales carros de Muwatalli II. Los espartanos, por su parte, desarrollaron sofisticadas técnicas de criptografía (la escítala, un instrumento de cifrado con un palo y una tira de cuero). En cuanto a Alejandro Magno, no solo poseía un servicio de información que le permitió hacer avanzar a su ejército por Asia sabiendo de manera bastante exacta en dónde se metía sino que disponía, merced a agentes secretos, de un conocimiento pormenorizado del estado interno de sus tropas, su ánimo y su puntual descontento, además de un control sobre las conspiraciones que se fraguaban a su alrededor. Aníbal fue un maestro cosechando información y sus maniobras geniales no se reducen a las grandes batallas en que desbarató a los romanos como Cannas o Trasimeno, sino que se desarrollaron también en el ámbito del espionaje y la contrainformación. Otro gran general de la Antigüedad, Julio César, que usaba un cifrado propio en sus comunicaciones, desplegó un sistema sensacional de información militar durante su conquista de las Galias, incluyendo el lanzamiento de un mensaje en una jabalina, aunque puede juzgarse también un error no detectar luego los levantamientos que iban a incendiar el territorio como el de Ambíorix —que destruyó 15 cohortes proporcionando información falsa a los romanos— y Vercingétorix (por no hablar del fallo que fue no ver venir la conjura que le costaría la vida en los idus de marzo). Sin salir del mundo romano, ni los Cinco de Cambridge se mostraron tan capaces del juego doble como el querusco Arminio que condujo a la aniquilación de las tres legiones del legado Publio Quintilio Varo (la clades variana, “el desastre de Varo”) en el bosque de Teutoburgo. La pifia de Varo y su servicio de inteligencia al no tener en cuenta los claros indicios de traición y jeu d’agent, por decirlo moderno, y caer en la trampa preparada por su supuesto aliado fue clamorosa y tuvo como resultado una de las mayores derrotas del ejército romano.’Furor teutonicus'(1899). La batalla de Teutoburgo vista por el artista serbio Paja Jovanovic.Wikimedia CommonsA tratar un tema tan sensacional y variado (e innovador) está dedicado el libro Servicios de inteligencia en la Antigüedad (Akal, 2025), que lleva el subtítulo Los orígenes históricos del espionaje y en el que en sendos capítulos 17 especialistas, entre ellos varios autores extranjeros como la acreditada Rosy Mary Shelton, coronel retirada del Ejército de EE UU y doctora en Historia Antigua (que ya es ser agente doble), y el propio coordinador del volumen, Fernando Bermejo-Rubio, del Departamento de Historia Antigua de la UNED (Madrid), analizan diversos aspectos del fenómeno, desde el espionaje en el Imperio Nuevo egipcio, hace 2.300 años, y los finísimos servicios de inteligencia neoasirios (911-612 antes de Cristo), hasta los agentes y acciones de inteligencia en el reino visigodo (siglos VI y VII), pasando por los servicios del imperio persa, el mundo griego, helenístico y el romano. A destacar los inesperados capítulos dedicados a los espías, la policía secreta y los agents provocateurs en la India antigua y al eficaz servicio de espionaje en su pequeño reino clientelar de Judea, Galilea, Samaria e Idumea de Herodes el Grande y su dinastía, en cuyas redes, en este caso las de su hijo Herodes Antipas, cayeron personajes como Juan el Bautista (no, no fue Salomé su némesis) o puede que el mismo Jesús de Nazaret. Hay que recordar que en el revuelto escenario judío tenemos otro gran personaje que puede considerarse agente doble: el tránsfuga Flavio Josefo, el sorprendente escapista de Jotapata.Ramsés II en la batalla de Qadesh en el filme ‘Dioses y reyes’ de Ridley ScottKerry BrownComo suele ocurrir en un libro colectivo, los capítulos son muy dispares en alcance y estilo, con algunos lastrados por un exceso de celo académico y otros un poco desenfocados, pero el conjunto es apasionante y muestra a las claras, como destaca en conversación con este diario Bermejo-Rubio (autor además de la introducción), no solo la existencia de las actividades de inteligencia en la Antigüedad, mucho antes de la aparición de los Estados modernos con que las asociamos, sino su alto nivel de complejidad y refinamiento en algunos casos, mayor de lo que se podría presuponer. “Ni Alejandro ni César, por ejemplo, habrían podido obtener sus logros sin informantes y espías”, reflexiona. Al respecto, el compilador apunta que “con razón se ha afirmado que la labor de espía al servicio del poder podría disputar el honor de ser el oficio más antiguo del mundo”. Bermejo-Rubio, que recuerda que el libro se publica en la estela del primer congreso internacional sobre actividades de inteligencia en el mundo antiguo (2023) organizado por miembros del Departamento de Historia Antigua de la UNED, subraya en todo caso la dificultad de hallar documentación sobre ese tipo de actividades, que incluyen operaciones encubiertas, asesinatos selectivos y quintacolumnismo, dada su naturaleza secreta y a menudo clandestina, además de la lejanía temporal. “En ocasiones hemos de basarnos en pequeños indicios, pero, citando a Momigliano, no menos grave que sacar cosas de donde no las hay es inferir que algo no existe por el hecho de que no encontremos testimonios”. ‘Temístocles en la corte persa’ de William Rainey.El libro se abre con Espías, informadores y controles fronterizos en el Egipto del Imperio Nuevo, en el que el egiptólogo valenciano José Lull examina en fuentes como las cartas de Amarna actividades de información en las fronteras, de policía (medjay), o de interrogatorio de prisioneros, y explica pormenorizadamente la operación de desinformación hitita en Qadesh —los egipcios evitaron el desastre al capturar a dos haputi (sic), exploradores o espías, enemigos que bajo tortura confesaron la verdadera posición de su ejército—. Los faraones contaban con individuos categorizados como “ojos y oídos del rey” un título que aparece también en el mundo persa aqueménida. Francisco Giannone, doctor de investigación en la Sorbona, aborda la “intensa y sistemática” actividad de espionaje e inteligencia en el Próximo Oriente Antiguo durante el segundo milenio a. de C., especialmente en Mari y Hattusa (capital hitita). Atestigua el procedimiento de dar falsas órdenes a los mensajeros y confiar el informe verdadero a una tablilla, y la práctica de la mutilación y eliminación por el Estado de individuos considerados problemáticos. A los agentes se les denominaba en Mari sa lisanim, “hombres de lengua larga” o nasrum, “hombre secreto”, y sapasalli, directamente espía, en hitita. Los servicios de inteligencia neoasirios, trata por su cuenta el asiriólogo Peter Dubovsky, fueron finísimos en la guerra psicológica y antisubversiva bajo Sargón II, y aunque considera que no llegaron a constituir, como se ha dicho, un auténtico deuxième bureau, una oficina de inteligencia autónoma, el estudioso los compara, como sistemas propios de un totalitarismo, con la NKVD y el KGB soviéticos y la StB checoslovaca más que con la CIA y el MI6. Entre los casos que presenta Dubovsky, el del secuestro del hijo de un rey que se negaba a colaborar con los asirios, para presionarlo. El doctor en Historia por la Complutense de Madrid, Joaquín Velázquez, escribe de los servicios de inteligencia de los persas aqueménidas, imprescindibles en un imperio tan amplio y que contaban con los mensajeros exprés conocidos como pirradazzis. Alaba la cosecha de inteligencia militar de Ciro el Grande y la hace extensible a su hijo Cambises II y su conquista de Egipto, lo que sorprende dado que este fue capaz de perder todo un ejército por equivocarse en las indicaciones hacia el oasis de Siwa. Hay que recordar el buen uso de Jerjes de ese agente doble que fue Efialtes, el traidor de las Termópilas. En el ya mencionado capítulo sobre la India antigua, el sanscritista Francisco Javier Rubio Orecilla destaca el empleo, ilustrado en el Ramayana y el Mahabharata, de agentes encubiertos, a veces bajo el disfraz de encantadores de serpientes y ascetas errantes (lo que tiene un eco en el Kim de Kipling), el soborno, el asesinato y la utilización del sexo para lograr información, a lo Profumo. Uno de los textos más sugestivos de la recopilación es el de Fernando Echeverría, profesor de Historia Antigua de la Complutense, que analiza el concepto de la información en Grecia y sugiere que las sirenas de la Odisea son más informadoras que otra cosa, representando, dice, las suspicacias de los griegos hacia los informantes. Al legendario Ulises, por supuesto, puede vérsele como un gran recopilador y gestor de inteligencia, aparte de aparecer en labores de espía en campo troyano en la Ilíada junto a Diomedes. ¿Y no es el episodio del caballo un ejemplo de operación encubierta e infiltración, cambiando los Black Hawk por el ingenio de madera? En todo caso, en el capítulo del historiador y clasicista estadounidense Frank Russell vemos el despliegue de espías-exploradores (skopoi), agentes e informadores en la Guerra del Peloponeso, y el estudioso apunta algo muy curioso: que hay que incluir en el concepto de inteligencia griega la manteia, la adivinación, como los pronunciamientos oraculares del santuario de Delfos. Pese a que el mundo de la inteligencia griega —dejando de lado los servicios macedonios, que aborda el catedrático de Historia Antigua de la Autónoma de Madrid Adolfo J. Domínguez Monedero en su capítulo— resulte mostrado en el libro como poco profesional en comparación con otras civilizaciones (se señala que el espionaje era visto como algo amoral en la democracia ateniense), uno no puede dejar de pensar en la desinformación practicada por Temístocles en Salamina o en las argucias y cambios de chaqueta de Alcibíades.Diomedes, a la derecha, protagoniza en la ‘Iliada’ un caso de espionaje en el campamento troyano.En Casos de maniobras y de inteligencia militar en la Segunda Guerra Púnica, el historiador de la UNED Sabino Perea Yébenes revisa a la baja los méritos de Aníbal a propósito del obtener información del enemigo, considera que los cartagineses estaban más preparados para este tipo de guerra y operaciones (un espía púnico pasó dos años en Roma hasta ser descubierto) y debate la especie de que fue Escipión Africano el inventor del espionaje romano o al menos el general que hizo un uso sistemático del mismo para contrarrestar los métodos sucios —la famosa perfidia púnica— del rival. En la guerra psicológica los romanos se pusieron pronto al día, como prueba el lanzamiento al campamento de Aníbal de la cabeza de su hermano Asdrúbal mediante una catapulta tras la victoria sobre este en el Metauro, resultado precisamente de haberle interceptado una carta. Los servicios de inteligencia en la obra de Julio César, del clasicista de la Universidad del País Vasco Denis Álvarez Pérez-Sostoa, La seguridad interna en Roma a inicios del principado o de cómo matar a un emperador, de Rose Mary Sheldon, y La recopilación de información en las provincias, de Juan José Palao Vicente, de la Universidad de Salamanca, nos introducen plenamente en el mundo del espionaje y las operaciones secretas de los antiguos romanos, del final de la República al Alto Imperio, ese mundo de exploratores, speculatores y frumentarii (agentes in rebus a partir de Constantino, como recuerda en su texto el historiador Raúl González Salinero), generalmente soldados especializados en labores más o menos oscuras que incluían infiltración, detección de conspiraciones y hasta asesinato. Margarita Vallejo, catedrática de Historia Antigua en la Universidad de Alcalá, añade un capítulo sobre los servicios de información en el Imperio romano de Oriente (siglos V al VII). Los romanos, señala Sheldon, no tenían una institución central de inteligencia y seguridad como el FBI o la CIA y estos agentes se solapaban en ocasiones con los pretorianos. La estudiosa recalca que pese a los parecidos que vemos a veces entre EE UU y la antigua Roma, los mandatarios romanos asesinados nunca lo fueron por un homicida solitario…

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