Claus Peymann, el director de teatro y director artístico durante décadas de templos europeos como el Burgtheater de Viena y el Berliner Ensemble, ha muerto este miércoles a los 88 años en su casa berlinesa de Köpenick tras una larga enfermedad. Cuando la leyenda se convierte en un hecho, decía un personaje de John Ford, imprime la leyenda. Peymann, un director más subversivo, agitador y marginal que John Ford, nunca lo dudó: eligió militar en la verdad. Se rodeó de autores contemporáneos como Elfriede Jelinek, Peter Handke, Peter Turrini y Thomas Bernhard para sacudir el polvo de los grandes telones teatrales y contar lo que veían, lo que nadie quería ver.Más informaciónA Bernhard le encargó una obra para conmemorar el centenario del Burgtheater, que coincidía con el cincuenta aniversario del Anschluss (la anexión de Austria al Tercer Reich), y el resultado fue una descarga de estiércol a las puertas del Teatro Nacional de Austria, amenazas de muerte para el escritor y el director, y 32 minutos de aplausos en la platea. La obra Heldenplatz (Plaza de los Héroes) retrataba una república con más nazis que en 1938 en un momento, 1988, en el que aún se abonaba la tesis de que el país había sido la primera víctima de Hitler y no se debatía oficialmente la responsabilidad histórica. “La resistencia que emanó del Burgtheater contribuyó a la sensación de que había un teatro que comenzaba a limpiar toda la inmundicia de la república”, dijo en una entrevista en Der Standard en 2018.Como buen artista —y como todo el mundo—, era una figura contradictoria. Emparentado con la izquierda y el movimiento de Mayo del 68, tuvo broncas homéricas con los trabajadores de sus compañías teatrales, acusado de tirano y bocazas. Dijo: “Soy un colmillo en el culo de los poderosos”, pero ayer le despedían afectuosamente el presidente federal de Austria, Alexander Van der Bellen (“El gran mago del teatro ha muerto”), y el ministro de Cultura, Andreas Babler (“Sostuvo sin temor un espejo frente a Austria. Su legado es un ejemplo de la fuerza democrática del arte”).Stefan Bachmann, actual director artístico del Burgtheater, dijo: “Claus Peymann fue uno de los grandes. Desempeñó un papel decisivo en la formación del teatro durante décadas. Su trayectoria como director artístico, desde Stuttgart hasta Bochum, el Burgtheater, por supuesto, y el Berliner Ensemble, es legendaria. Quizás su logro más importante fue la promoción de autores contemporáneos como Handke, Jelinek y, claro, Bernhard. Su presencia en el panorama teatral de habla alemana siempre fue abrumadora”.Nacido en Bremen en 1937, su padre, según sus palabras, “era nazi, Obersturmbannführer (teniente coronel), maestro de profesión, uno de los típicos nazis con buen carácter”. Su madre era una antifascista que fue arrestada cuando supo por la BBC de Londres del atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944 y gritó por la ventana “¡el cerdo está muerto!”. “Así que en cuanto a principios yo estaba bastante dividido —añadía Peymann en una polémica entrevista para Die Zeit en 1988—. Sabíamos que había campos donde se mataba a judíos. Recibíamos jabón de Auschwitz. A pesar de todo, esperábamos la victoria”.Claus Peymann con Bernhard Minetti durante unos ensayos en 1976.ullstein bild (ullstein bild via Getty Images)Comenzó su carrera en Hamburgo, Stuttgart y Fráncfort. Destacó como director del Theater am Turm en Fráncfort con el estreno de Insultos al público de Handke. De 1974 a 1979 dirigió el Staatstheater de Stuttgart, donde firmó su salida rumbo al Schauspielhaus de Bochum tras la representación del drama de Thomas Bernhard Ante la jubilación (1979), que exploraba el pasado como juez de la marina hitleriana de Hans Filbinger, el presidente conservador del estado federado de Baden-Wurtemberg, y denunciaba la colaboración de la sociedad civil con el nazismo. Al montaje teatral, Peymann le sumó una incendiaria campaña de recaudación de fondos para el tratamiento dental de Gudrun Ensslin, integrante de la banda terrorista Baader-Meinhof, la Fracción del Ejército Rojo (RAF, en sus siglas en alemán), convicta en la vecina prisión de Stammheim.Se mantuvo 13 años al frente del gran teatro de Viena, en una edad de oro en la que la programación del Burgtheater se discutía en la radio, la televisión, la prensa y en un ascensor con la naturalidad con la que se comenta la lluvia. Siempre se sospechó que fue Peymann quien provocó el escándalo de Heldenplatz filtrando a la prensa pasajes descontextualizados del drama antes del estreno, pero como apunta la germanista Konstanze Fliedl, “hay que tener en cuenta la animadversión contra Peymann y contra el propio Bernhard para comprender que los resentimientos ‘patrióticos’, antiliberales, antisocialistas e incluso antisemitas encontraron una salida muy bien acogida demonizando la obra”.Emblema del teatro político, Peymann sucedió a Heiner Müller en 1999 como director del Berliner Ensemble, la compañía teatral fundada por el dramaturgo Bertolt Brecht y la actriz Helene Weigel en la ciudad malpartida de Berlín cincuenta años antes. Se presentó con los estrenos de Los expedientes Brecht, de Georgi Tabori, y El ignorante y el demente, de Thomas Bernhard y permaneció allí 18 años. Aún recuerdan su montaje de Ricardo II de William Shakespeare. “Siempre fue una figura desafiante, incómoda, que no rehuía la provocación”, dice Oliver Reese, sucesor de Peymann y actual director artístico del teatro berlinés.“Resulta irónico que justo yo, el tozudo hanseático de Bremen, fuera director de los dos teatros más hermosos y afamados de habla alemana: el Burgtheater de Viena y el Berliner Ensemble”, comentó en una entrevista. “Creo en el teatro como una institución moral. Creo en la educación de las personas a través del arte, porque el arte, si es bueno, se ocupa de descubrir la verdad”.Pese a sus problemas de salud, en los últimos años siguió dirigiendo como director independiente en el Stadttheater Ingolstadt, el Residenztheater de Múnich y más recientemente en el Theater in der Josefstadt de Viena con su última producción, Esperando a Godot, de Samuel Beckett. En el Burgtheater, dice su portavoz, “se le recuerda con cariño, pero también con temor. A él, el alborotador, déspota y patriarca. A él, que miraba con afecto a su elenco, amaba los textos y cautivaba a todos con su encanto y mente despierta”. Deja una influencia imborrable, hecha de verdad y leyenda, en el teatro alemán.David Granda es periodista y escritor, colabora con EL PAÍS desde 2018. Estudió Periodismo en las universidades Carlos III y Complutense de Madrid, e Historia en las universidades Autónoma de Madrid y Karlova de Praga. Es autor del libro Planes para conquistar Berlín (editorial Libros del K.O.).

Muere Claus Peymann, el director que se enfrentó al pasado nazi con las armas del teatro | Cultura
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