Más de ocho millones de estudiantes han empezado a volver este lunes a colegios e institutos en buena parte de España con la mezcla habitual de nervios, sueño, alegría por el reencuentro con los compañeros y, en algunas zonas, calor. El nuevo curso comienza con récord de diversidad en las aulas, sobre todo de la enseñanza pública. Una complejidad mayor que no ha ido acompañada de más recursos y que, junto a la pérdida de poder adquisitivo, alimenta el malestar del profesorado, que en Cantabria ha empezado en huelga desde el arranque del curso. En Valencia, más de 3.000 estudiantes de la zona arrasada por la dana retoman las clases en barracones y con la protesta de la comunidad educativa porque parte de ellos no están este lunes listos para acoger al alumnado.Si hay una palabra que se repite el primer día de cole a las puertas del instituto escuela La Jota, en Badia del Vallès (Barcelona), es nervios. “Mi hijo no podía dormir, tenía muchas ganas de volver, se pasó el rato diciendo ‘Me sentaré en primera fila. No, me sentaré atrás’. Al final se durmió a las 11 y media”, explica Encarni, madre de Dídac, mientras su hijo, que empieza 6º de primaria, espera junto a sus amigos con la cara enganchada en la valla para salir corriendo cuando abren las puertas a las nueve en punto de la mañana.Primer día de clase en el instituto Berenguer Dalmau de Catarroja, arrasado por la dana, cuyo alumnado vuelve a clase en aulas prefabricadas. Mònica TorresLas puertas se abren y niños y niñas corren a hacer una fila bajo el cartel que indica su clase, se abrazan, se cuentan las vacaciones, y se escucha en el patio:“¡Qué calor!”. Los nubarrones grises de este lunes no evitan el bochorno y cierta incomodidad. Alguna maestra previsora sostiene ya desde primera hora un ventilador portátil de mano. La escuela, con cerca de 500 alumnos, no dispone de ningún ventilador. “Vino el técnico de la Generalitat el curso pasado y nada más entrar ya, ya sudaba. Pero nos dijeron que no podían poner muchos ventiladores porque la instalación eléctrica no aguantaba”, explican desde el equipo directivo.A Marta Helling, presidenta de la Ampa del colegio Ausiás March en Villaverde, al sur de la ciudad de Madrid, también le preocupa la climatización. “Tenemos un patio enorme que no tiene ni una sombra, en las clases se llega a los 40 grados en junio y no vemos solución”, se queja Helling. En el curso anterior la asociación de padres compró un ventilador por clase, pero reclaman aire acondicionado: “Creo que no nos corresponde a nosotros poner ese remedio, tiene que ser el Ayuntamiento el que interceda porque un día va a pasar algo serio”.Alumnos, durante su primer día de clase en el colegio madrileño Martínez Montañés.Candela OrdóñezEduardo llega con dos niñas que llevan mochilas idénticas al colegio público Guindalera, situado también en Madrid, pero en una zona más acomodada. Las crías tienen “entre ganas de volver para ver a las amigas y de no hacerlo no por dejar las vacaciones”; “madrugar, madrugan siempre”, remata el padre. Ana, madre de una niña de cuarto de primaria, afirma por su parte que a la suya sí que le ha costado; “esta semana va a ser de sueño, de querer dormir siesta”. El curso más difícil de la ESOEn Santiago de Compostela, Marta, Érika, Natalia, Berenguela, Sara y Enma estrenan tercero de ESO en la Enseñanza, uno de los grandes colegios concertados que se concentran a poca distancia en el casco histórico. Si siempre empiezan el curso nerviosas, esta vez lo están todavía más, porque “se dice que es el nivel más difícil de Secundaria”, aseguran recabando las advertencias de hermanos y primos mayores. Es la primera vez que deben elegir optativas, y la primera que en su centro optan a realizar intercambios con el extranjero, informa Silvia R. Pontevedra. Cuatro asignaturas (Lingua Galega, Castellano, Inglés y Francés) las van a estudiar con libros y el resto, con ordenador. Sobre esto, las opiniones son diversas, pero la mayoría creen que lo ideal es “combinar las dos cosas” y sienten que los libros son necesarios, que les ayudan a “centrarse más” y a “estudiar mejor”, aunque “pesan mucho más que un portátil” y “cuestan demasiado”. Primer día de clase en el colegio público plurilingüe de Vedra, en A Coruña.OSCAR CORRALClases más complejasUno de los factores que avivan el malestar del profesorado en los últimos años es la falta de manos para atender a todos los alumnos, especialmente a los que necesitan una atención especial, ya sea porque padecen un trastorno de aprendizaje o porque acaba de llegar de otro país y no conoce la lengua vernácula o porque presenta una situación de alta vulnerabilidad social. Mercè Vilardell, jefa de estudios de primaria del instituto escuela La Jota de Badia del Vallès (Barcelona) hace más de 20 años que ejerce de maestra en el centro y ha visto cómo cambiaba el perfil de alumnado. “Antes era poco habitual tener un alumno con autismo; ahora puedes tener varios, a los que se suma el que tiene dislexia o problemas visuales, TDAH…”. Este aumento de alumnos con necesidades especiales se debe, por un lado, a que el diagnóstico ha aumentado y mejorado mucho, pero también a la llamada escuela inclusiva, que defiende la escolarización de estos alumnos en centros ordinarios. “Nos están llegan muchos alumnos que hasta ahora iban a centros de educación especial. El problema es que no llega el mismo número de personal para atenderlos”, lamenta Núria Vila, directora del centro.Este instituto escuela cuenta con personal de apoyo educativo, pero insuficiente para atender a la docena de alumnos que lo necesitan. “Las familias piensan que sus hijos estarán atendidos todas las horas por este apoyo extra, pero no es así”, admite la directora. Para evitar la desatención o que el resto de alumnos se vean perjudicados, en la escuela han creado una comisión de inclusión. “Es muy importante el trabajo en equipo y el traspaso de información y de estrategias para atender a este alumnado”, tercia Vila.Otro reto importante son los alumnos vulnerables, un colectivo de peso en Badia del Vallès, que durante años encabezaba la lista de municipios con menor renta per cápita y formado exclusivamente por grandes bloques de pisos de protección oficial levantados durante el franquismo. Pero este curso, la escuela perderá la integradora social, por el fin del programa de refuerzo que se puso en marcha tras la pandemia con fondos europeos. “Eso significa que perdemos el seguimiento del absentismo, de ayuda a las familias, de asesoramiento sobre becas o acompañamiento con los tutores; todo ello quedará mermado”, lamenta Vila.Hacer malabaresLa jefa de estudios de un colegio público de difícil desempeño en el barrio de Tetuán, en Madrid, un centro donde desde hace dos décadas la mayoría del alumnado es extranjero, que prefiere que no se publique su nombre por miedo a represalias de la administración, destaca que la complejidad del trabajo también ha crecido por la gran brecha en el desempeño que hay dentro del aula. “En una misma clase, hay diferencias enormes. Tienes que hacer malabares para atender a todos”. Debido a su composición, el centro ha recibido este curso dos maestras más. Para afrontar los nuevos retos, asegura, los docentes no tienen más remedio que ser autodidactas. “Hacemos cursos, pedimos consejo, nos apoyamos entre compañeros… Pero al final toca tener paciencia, buscar recursos por todos lados y echar horas. Es un trabajo muy emocional: te llevas los problemas a casa, hablas con colegas de otros colegios, siempre pensando en los niños”. La jefa de estudios añade: “Si tengo un alumno con una dificultad nueva, me toca formarme por mi cuenta. Al final nuestro trabajo es ayudar, y muchos vienen con situaciones muy duras de sus países de origen”.La alta tasa de interinidad y la falta de planificación de la administración también pasan factura, asegura. “Estamos a principio de curso y faltan cuatro personas en el equipo. Vamos a arrancar así, con un 20% menos de personal. Incluso en el caso de que lleguen este lunes, el problema persiste: “No hemos podido informarles de las características de su clase. No sabrán si tendrán un alumno autista, con TDAH, repetidor o recién incorporado. Y no es lo mismo preparar una clase para primero de primaria que una para sexto”.Barracones sin prepararRubén Pacheco, presidente de la federación de padres y madres FAMPA Valencia, se muestra muy crítico con el inicio de curso en las poblaciones afectadas por la dana del pasado 29 de octubre. Cerca de 3.000 alumnos de la provincia de Valencia no han podido este lunes iniciar las clases como estaba previsto y se había anunciado. “La normalidad que plantea la consejería de Educación no existe”, explica a las puertas del Ayuntamiento de Massanassa. Allí, decenas de madres y padres y de alumnos se han concentrado esta mañana para protestar porque los barracones instalados en el polideportivo del municipio no están preparados para albergar a los estudiantes de Infantil y Primaria de los colegios Ausiàs March y Luís Vives, que están siendo derribados por los efectos de la dana. En este último centro murió un operario tras la dana en los trabajos de reforzamiento tras la riada que causó 228 muertos, informa Ferran Bono. “Es imposible, los barracones están montados, pero no preparados. El patio no está acabado, están aún trabajando. Nos dicen ahora que el jueves”, explica Arancha Gala, madre de una niña de ocho años que corretea por la plaza gritando que quiere ir a clase, como otros niños”.

Nervios y mucha diversidad en la vuelta al cole: “Dentro de una misma clase hay diferencias enormes” | Educación
Shares: