El orden internacional que hemos conocido hasta ahora ha dejado de tener apoyos. Las instituciones multilaterales surgidas en la segunda mitad del siglo pasado ya no son funcionales y su legitimidad, para aquellas regiones del mundo menos representadas, se ha evaporado progresivamente. Este es el diagnóstico común que leemos estos días en los análisis sobre la transformación geopolítica que se abre paso. La hegemonía de Estados Unidos —mal llamada pax americana— ha terminado. Por una parte, al verse desafiada por otros actores globales emergentes. Y también, debido a una pulsión interna de retirarse respecto a la postura de hegemonía o liderazgo internacional, con Donald Trump como exponente de esta tendencia.Ahora, la expresión de referencia de los analistas es “un orden multipolar” en alusión a un mundo que no tiene un solo orden de instituciones, ni un estado hegemónico, ni una división en dos bloques (bipolar) como fue el caso de la Guerra Fría. Es multipolar porque la voluntad de poder se divide entre una serie de potencias emergentes y otras predominantes, que a su vez constituyen polos regionales. Potencias emergentes que compiten entre sí, que cuestionan la legitimidad y la eficacia de las instituciones de gobernanza existentes o que disputan los valores y preceptos establecidos hasta ahora. Cada uno tiene necesidades e intereses distintos. Y todos contienden por influir en la escena global.Los actores en disputa no niegan que todos los Estados tienen unos derechos y deberes respecto a la comunidad internacional (es decir, frente a los demás). En lo que hay desacuerdo es en determinar la medida justa y equitativa que corresponde a cada uno pagar.La gran brecha financiera y la creciente carga de la deuda están limitando gravemente la capacidad de muchos países en desarrolloLa Unión Europea (UE) o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) piden a países como India, Brasil o Sudáfrica que ejecuten sus compromisos climáticos de descarbonización, que tomen en serio la amenaza ambiental. Le piden a países como Nigeria, Etiopía o la República Democrática del Congo que sean diligentes en garantizar los derechos humanos a sus ciudadanos. Piden a Pakistán, Bangladés o Vietnam que sean activos en obligar a las industrias que operan en su suelo a respetar los estándares de seguridad laboral. A retribuir de forma digna y justa a los millones de trabajadores que emplean. Que se comprometan en la lucha contra la pobreza, estableciendo sistemas de seguridad y protección social para los sectores más desfavorecidos de sus sociedades. Que luchen contra la corrupción, corporativa e institucional, contra el crimen organizado, el blanqueo de capitales o el fraude fiscal transnacional.¿Pero qué les ofrece a cambio el club de países ricos —OCDE o Norte Global— que representan más del 70% del PIB mundial? En un orden hegemónico es posible exigir condiciones sin ofrecer contrapartidas. En la segunda mitad del siglo XX se hizo con la imposición de un liberalismo comercial dogmático que favorecía a las economías desarrolladas, por ejemplo. También se hizo con un sistema de instituciones internacionales y una arquitectura financiera que, si bien tenía vocación universal, representaba mejor las preferencias de las potencias occidentales que lo diseñaron. Pero el equilibrio de poder ha cambiado. Por peso demográfico, entre las mayores 10 potencias, ocho son países del Sur Global. India y China con más de 1.400 millones de habitantes cada uno, seguidas de Indonesia, Pakistán, Nigeria y Brasil, con entre 217 y 280 millones de habitantes cada uno. Entre todos más del 60% de la población mundial (la UE es solo el 5,5%). Al mismo tiempo, la mayor parte de la riqueza global —el 70%— se encuentra concentrada en un selecto grupo de países que representa tan solo 1.400 millones de habitantes, el 17% de la población mundial.Muchas de las potencias emergentes llevan años pidiendo una reforma estructural del multilateralismo y del orden de relaciones entre ellos y las potencias desarrolladasMás dramáticos aún son los datos del Banco Mundial respecto a la pobreza en el mundo. Un fenómeno que no observamos en Europa pero que, en muchos países del Sur Global, se convierte en una condición económica tan extendida que permea todos los aspectos psicosociales de la vida en poblaciones enteras. Alrededor de 700 millones de personas subsisten con menos de 2,15 dólares (1,89 euros) al día, que es la línea de pobreza extrema. Eso es casi un 10% de la población mundial, un dato conocido. Más sorprendente aún es que casi el 50% de la población mundial vive con menos de 6,85 dólares (6,03 euros) al día.Sobre las medidas para reducir la pobreza, el Banco Mundial apunta a que “reforzar las inversiones en los sistemas de protección social (estado del bienestar) es la más efectiva”. A largo plazo, el empleo es el camino más seguro para reducir la pobreza y la desigualdad. Es fuente esencial de ingresos para las personas que les permite ascender en la escala económica e invertir en educación, salud y nutrición, todas medidas que pueden ayudar a romper el ciclo de la pobreza intergeneracional, como reseñan muy nítidamente varios informes del Future Policy Lab. Pero el empleo productivo, de calidad y bien remunerado es una rara excepción estadística en el Sur Global.La desigualdad entre Norte y Sur Global es patente en todo el resto de ámbitos. Acceso a la tecnología, capacidad de recaudación de ingresos públicos (para su posterior redistribución), producción de valor añadido, medios para mitigar el efecto del cambio climático, etcétera. Por todo ello, muchas de las potencias emergentes llevan años pidiendo una reforma estructural del multilateralismo y del orden de relaciones entre ellos y las potencias desarrolladas. Su argumento es que la dinámica actual es injusta, no representa sus necesidades ni su peso demográfico y económico de hoy (en términos absolutos). Estos nuevos polos de poder no legitiman la lógica de cooperación gratuita que hasta ahora imponían las hegemonías occidentales.La voluntad de la UE por diversificar sus socios en el mundo seguirá siendo una mera declaración política vacía a menos que vaya acompañada de concesiones y contrapartidas. Esencialmente, recursos económicos cuantiososLa UE ha constatado recientemente de forma explícita la necesidad de orientar su estrategia global hacia las potencias emergentes. La presidenta de la Comisión y la Alta Representante Kaja Kallas se han referido a una nueva era de cooperación y relaciones con India y China. Además del acuerdo comercial con Mercosur que pretende reavivar los vínculos con Latinoamérica. Ahora bien, esta voluntad de la UE por diversificar sus socios en el mundo seguirá siendo una mera declaración política vacía a menos que vaya acompañada de concesiones y contrapartidas. Esto es, por ejemplo, dar recursos económicos cuantiosos para que el Sur Global pueda cumplir con los objetivos de descarbonización sin dejar de industrializarse, costearse la transferencia de tecnología puntera y así transformar sus modelos productivos, proveer los servicios públicos y los derechos más básicos.Es evidente que algo menos del 0,7% del PIB en Ayuda Oficial al Desarrollo, algunos millones en préstamos de las instituciones internacionales o los acuerdos comerciales han resultado ser cantidades muy insuficientes como incentivo político. Para lograr la colaboración del Sur Global en todos los objetivos y prioridades de la UE, hace falta una transformación hacia un orden contractual, basado en la transacción de recursos económicos a cambio de colaboración y compromiso. Una diplomacia fundamentada en el principio de reciprocidad, que refleje la multipolaridad y que se asemeje a un contrato social global. La movilización de estos recursos se puede lograr por medio de un instrumento fiscal global, que redistribuya entre el 15% y el 20% de la renta de los países de la UE (por ejemplo), no solo a nivel doméstico, sino fuera de las fronteras. Tal flujo podría lograr cambios de una dimensión insospechada en los países receptores. Sería el mecanismo más eficaz para asegurar una sólida colaboración entre Norte y Sur Global en muchas materias. No solo redistribuiría la riqueza y por tanto reduciría la desigualdad entre Estados y regiones, sino que exigiría a los países receptores unos compromisos en forma de deberes contractuales de los cuales depende el flujo de recursos. La reciprocidad, los incentivos materiales y el beneficio mutuo son la sustancia de la prosperidad económica. ¿Por qué no deberían serlo también en la diplomacia de unas relaciones fragmentadas? Un orden transaccional para un mundo multipolar.Darío Arjomandi es investigador del Global Governance Forum

OCDE: Un orden transaccional para un mundo multipolar | Planeta Futuro
Shares: