Donald Trump no acostumbra a salir de la Casa Blanca para darse una vuelta por Washington. Si lo hubiera hecho esta semana seguramente no le habría gustado la vista: una ciudad engalanada con los colores del arcoíris para celebrar el World Pride. Es una ocasión especial: la capital estadounidense, de larga tradición en la lucha homosexual, siempre celebra por estas fechas el Orgullo LGTBIQ+, pero esta vez el festejo era global.Cada año, una ciudad del mundo recoge el testigo del World Pride. Y la casualidad (y solo eso, porque la decisión estaba tomada desde 2022) ha querido que le toque a Washington precisamente ahora que Trump ha regresado al poder con una agenda que amenaza las conquistas del colectivo logradas después de décadas de lucha. El presidente estadounidense lanzó sus ataques desde el principio de su segundo mandato, a golpe de, entre otras, decisiones ejecutivas contra las políticas de diversidad, igualdad e inclusión (DEI) y de decretos que se han cebado especialmente con las personas trans. Su Administración solo reconoce los sexos femenino y masculino y aspira a prohibir a nivel federal los tratamientos de género a menores, la participación de los militares trans en el ejército y de las atletas trans en el deporte de mujeres. “Nos ha negado nuestro derecho a existir”, explicó este sábado una joven trans llamada Kae (que no quiso decir su apellido para evitar ser “señalada”). Se refería a esa otra decisión del Gobierno que no le permite ser mujer en su pasaporte. “Esta vez es importante, hay mucho en juego”, añadió antes del comienzo del tradicional desfile de carrozas en torno al que gira el World Pride. Como consecuencia de la purga de los programas DEI, el evento ha perdido en Washington financiación de empresas temerosas de que la Administración de Trump tome represalias contra ellas. Firmas como la proveedora de internet Comcast, o la consultora Deloitte han retirado los fondos de ediciones anteriores, pero en el desfile sí exhibieron sus logotipos los supermercados alemanes Lidl, la hotelera Hyatt o Starbucks; las dos, compañías estadounidenses. Pero son una excepción: según un estudio de Gravity Research, un 39% de las empresas con tradición de aportar a la celebración de eventos del Orgullo por todo Estados Unidos planean reducir o eliminar sus donaciones en este 2025, especialmente, las que tienen contratos con el Gobierno. Con esos antecedentes, el desfile empezó a eso de las 14:00 en un tono más reivindicativo que el de años anteriores. El recorrido arrancaba en una de las esquinas de la calle 14, arteria del ocio de Washington, y se extendía a lo largo de unos tres kilómetros. Su dibujo se alteró con respecto a ediciones pasadas, en previsión de que la ciudad recibiría decenas de de miles de visitantes de todo el mundo, entre los cuales estaba una delegación de la candidatura de Barcelona a organizar el World Pride de 2030 (“no será fácil; de momento, competimos con Londres, Bangkok y Montreal”, contó Andoni Ibáñez, el coordinador general de Pride BCN) o la senadora española Carla Antonelli. Estaba en la ciudad para participar en una conferencia sobre derechos humanos y pidió que la gente no olvide que “los ataques a los trans en países como este, Turquía, Hungría o Argentina son una cortina de humo para distraernos de lo esencial: el avance de una agenda ultra, que tiene en el punto de mira también a las mujeres”. En medio del bullicio del desfile, entre los grupos de moteros, la marching band de un instituto negro y los religiosos en favor de los derechos LGTBIQ+, la drag Sister Pattie O’Pounder, llegada de San Luis, achacó a la “ignorancia” las iniciativas republicanas por todo el país para prohibir espectáculos como el suyo. Y si el colombiano de San Francisco Miguel Domínguez, que se fabricó un sombrero con la Estatua de Libertad vestida con calzones de hombre y tiras de cuero, dejó a Trump el recado de que “la comunidad gay piensa seguir aquí”, Patrick Algwer, al pie de la carroza de la Cámara de Comercio Igualitaria de Washington, recordó que “mucha gente se lo ha pensado antes de venir del extranjero porque este se ha vuelto un lugar muy desagradable para ellos”.La multitud porta una bandera gay en el desfile del Orgullo de Washington, este sábado.Julia Demaree Nikhinson (AP)Además de la marcha, Washington ha acogido unos 300 actos durante tres semanas: del recuerdo del primer Orgullo celebrado en la ciudad, a exposiciones, ciclos de cine y un concierto extraordinario que reunió sobre el escenario a dos iconos queer de la música de ayer y de hoy: Jannelle Monae y Grace Jones. ¿Y la Casa Blanca? Su portavoz, Karoline Leavitt dejó claro que no pensaba hacer nada por marcar la ocasión, mientras Pete Hegseth, secretario de Defensa, anunció precisamente esta semana su intención de quitar a un barco de la flota el nombre de la leyenda de la lucha gay Harvey Milk. Un coro en el punto de mira de la Casa BlancaOtro de los platos fuertes del programa, que concluirá este domingo con una actuación gratuita de la rapera Doechii, es la celebración de un certamen coral internacional. Este año, y de nuevo por causa de Trump, tenía un interés mayor, porque el Coro de Hombres Gais de Washington (GMCW) se ha erigido en otro símbolo de la resistencia a sus políticas. Todo empezó cuando el presidente tomó en febrero por asalto el Kennedy Center, templo de las artes escénicas de la ciudad, y proclamó que fumigaría de su programación eso que la derecha estadounidense llama “el virus woke“. El primer recital en caer fue uno del GMCW con la Orquesta Sinfónica Nacional, previsto para mayo. El programa incluía una pieza llamada A Peacock Among Pigeons, basada en un cuento infantil de temática LGTBI+ sobre un pavo que aprende a valorar su diferencia frente al plumaje gris de las palomas. Trump no logró silenciar a los cerca de 250 miembros, no solo hombres gais, del coro, que han cantado la pieza por diferentes escenarios de la ciudad cuatro veces en las últimas dos semanas como parte de un repertorio que incluye composiciones de Lady Gaga o Chappell Roan. Al término de uno de esos recitales, celebrado en una iglesia del centro de Washington, Thea Kano, que es su directora y lleva 21 temporadas vinculada al coro, explicó que considera este “el momento más difícil” al que la comunidad se ha enfrentado en este tiempo. “Cuando peleamos por la aprobación del matrimonio igualitario [en 2015] fue una gran lucha, pero aquello era distinto: se trataba de lograr un objetivo, no de tratar de que no nos arrebaten lo que tenemos. La comunidad trans está siendo atacada, y nuestros miembros inmigrantes tienen miedo. Dejaremos de cantar cuando se haya logrado la igualdad plena”, añadió Kano, que advirtió que no pisarán el Kennedy Center hasta que no se sientan “aceptados”.El italiano Alessandro Varela, consultor para ONG y miembro del GMCW, ve al menos algo positivo. “Hay una parte de mí feliz con la idea de el Orgullo vuelva a su esencia, a plantearse como una batalla, como una protesta. Durante demasiado tiempo, fue un lugar para la publicidad, para las marcas, y para la propaganda del Estado. Ahora que ha desaparecido el Gobierno y los patrocinadores, nos hemos dado cuenta de que no había un cambio de paradigma, sino que estaban ahí por contentar a una Administración demócrata”. Un participante en el World Pride, este sábado en Washington.Associated Press/LaPresse (APN)Varela también celebra que el ataque de Trump provocara un aumento en las donaciones al coro llegadas de todo el mundo. “Como agrupación, nacimos [en 1983] para responder a la epidemia mortal de sida entre los hombres gais de Washington, y ahora toca ayudar a las personas trans, no binarias, o a otros colectivos atacados”. Aquellos años ochenta son parte central del relato de una exposición callejera que conmemora la historia de esas luchas en Washington. Es una historia que se remonta 60 años, recuerda Alex Fraioli, miembro de la junta de Rainbow History Project, que organiza la muestra y que está dedicada desde hace un cuarto de siglo a la preservación de esa memoria. “El primer piquete en defensa de los derechos homosexuales de la historia de Estados Unidos fue [antes que Stonewal, en Nueva York] en 1965, a la puerta de la Casa Blanca”. Y la anécdota suena extrañamente presente: los manifestantes eran funcionarios, como los del DOGE de Elon Musk, a los que amenazaban con despedir por su orientación sexual. Fraioli también coincide en que este es “probablemente el peor momento” de esa historia a cuyo estudio se dedica como voluntaria. “Puede que sea porque lo estamos viviendo y eso hace que resulte más intenso”, admite. “Hemos progresado mucho y hemos ganado batallas, pero lo que pasó con el derecho al aborto [que el Tribunal Supremo tumbó en 2022 a nivel federal] nos dice que, por ejemplo, el matrimonio igualitario ya no es algo que podamos dar por hecho”. Y en eso, no está sola. El miedo a que el Supremo revierta esa conquista ha asomado una y otra vez estas semanas en conversaciones mantenidas con miembros de la comunidad LGTBIQ+ reunida en Washington para su celebración mundial. A Fraioli le queda, al menos, un consuelo: se ríe al pensar que, en el improbable caso de que Trump salga a dar un paseo por Washington, se dará de bruces con los paneles de su exposición, que permanecerá hasta después del Día de la Independencia en una plaza que hay entre la Casa Blanca y la antigua oficina de correos. Ese edificio en el que durante su primera mandato el magnate inmobiliario tuvo un hotel.

Orgullo LGTBIQ+ mundial para plantar cara a Trump: “Quiere negar nuestro derecho a existir” | Sociedad
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