Mujeres de pieles lácteas, cuyas carnes explotan de sensualidad, solo podrían haber sido imaginadas por artistas venecianos, autores de un nuevo tipo de pintura carnal y erótica: inventaron féminas jóvenes, desnudas, tumbadas en prados típicos del Véneto. Estos cuerpos adormentados, indefensos, se convirtieron de súbito en un tema pictórico muy popular y, como era de esperarse, objeto de deseo de los espectadores: inspiraron el primer libro pornográfico.Más informaciónLa exposición Cuerpos modernos, La construcción del cuerpo en la Venecia del Renacimiento: Leonardo, Miguel Ángel, Durero, Giorgione, abierta en la Galería de la Academia de Venecia hasta el próximo 27 de julio, explora, a través de un inédito y riguroso recorrido, la forma en que el cuerpo humano pasó de ser concebido solo como campo de investigación para convertirse en algo ambicionado e incluso medio de autoexpresión. Sala tras sala queda claro que el Renacimiento veneciano marcó una ruptura: el cuerpo dejó de ser una realidad biológica para convertirse en una construcción cultural, un elemento moldeado por la ciencia, el arte y las convenciones sociales.En el amanecer del siglo XVI, Venecia era una ciudad cosmopolita, capital mundial de la imprenta y república marítima. A pocos kilómetros, en Padua existía el primer teatro anatómico. Allí el barbero seccionaba el cadáver; enseguida, el médico Andreas Vesalio exploraba su interior. Vesalio se hizo famoso, entre otras cosas, por el libro Fábrica del cuerpo, impreso en Venecia en 1543. Fue así como en el Renacimiento surgió una alianza entre científicos y artistas para realizar los primeros estudios de anatomía. Pero después, “los venecianos transformaron los dibujos anatómicos en representaciones sensuales de la carne masculina y femenina. Y, finalmente, construyeron su propia identidad”, dice Guido Beltramini, que ha comisariado la exposición junto con Francesca Borgo y Giulio Manieri Elia, director del museo. Han pasado preparándola cuatro años.Vista de una de las salas de la exposición, con el cuadro ’Venus y Adonis’, de Tiziano, al fondo a la izquierda. Andrea AverzùBeltramin camina despacio. Se encuentra en la sala que hospeda la enorme tela La cena en casa de Levi, de Pablo Veronés; se dirige hacia el pabellón que acoge Cuerpos modernos. El comisario advierte: “Vamos a encontrar algunos cortocircuitos”. Tal indicación equivale a decir que, en el paseo por la muestra, se verán diálogos entre obras similares, ya sea en cronología o temáticamente, o porque son de autores cercanos en el tiempo y en el espacio, o porque son versiones de una misma pintura, escultura o dibujo.El primer cortocircuito lo protagonizan El hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci y el irreverente Autorretrato a cuerpo desnudo de Alberto Durero. Leonardo dibujó las proporciones ideales de un hombre en cueros, en dos posiciones sobrepuestas. Para ello realizó medidas empíricas del cuerpo de cientos de jóvenes en carne y hueso e incluso de animales. “Partiendo de la extrema variedad de cuerpos, Leonardo quiso llegar a lo esencial: qué es el ser humano, dónde está su armonía, cuáles son sus medidas y cuál es el algoritmo con el que la naturaleza nos creó”, comenta Beltramini.Zapatos plataformas usados por las venecianas en el Renacimiento.Andrea AverzùEl comisario se detiene delante del autorretrato de Durero. Se acerca hasta donde las alarmas de seguridad se lo permiten. Como si fuera la primera vez, lo recorre con la mirada de arriba a abajo. Y explica: “Este es el primer desnudo renacentista de un hombre real. Es un autorretrato radical de un hombre adulto, robusto, desnudo, que utiliza su propio cuerpo para investigar y reflexionar. El centro de atención lo encontramos en la cabeza y en los genitales”. A sus casi 40 años, en uno de sus dos viajes a Venecia, Durero reformuló la teoría de las proporciones de Leonardo. Para el artista alemán, nadie es perfecto y cada uno tiene una forma diferente de perfección. Como declara la comisaria Francesca Borgo: “Durero toma conciencia del hecho que no existe una belleza absoluta, pero sí diferentes formas de belleza relativa… flaco/gordo, suave/robusto, fuerte/débil, blanco/negro”.La exposición reivindica el desnudo femenino como una herencia de la pintura veneciana renacentista. La mujer se ofrece de forma pasiva para ser observada, en simbiosis con el entorno que la cobija, convirtiéndose ella misma en parte del paisaje. Aquí están para testimoniar La desnuda de Bernardino Lucinio, conservada en la Gallería de los Uffizi de Florencia; la Desnuda durmiente de Girolamo de Treviso, de la Gallería Borghese de Roma, y la protagonista de La tormenta de Giorgione, propiedad de la Galería de la Academia de Venecia. Ocupa una colocación central Venus y Adonis, de Tiziano Vecellio, una de las obras más célebres del pintor de papas y reyes; pese a no evidenciar el acto sexual, pareció a sus espectadores contemporáneos la más erótica. La mano virtuosa de Tiziano realizó diversas copias, entre las cuales figura la expuesta, que pertenece a una colección privada. Una de las versiones puede verse en el Museo Nacional del Prado. La postura de la diosa pone a Tiziano en la cima de los maestros, único en moldear los cuerpos a través de la luz y el color. Para crearla, el artista se inspiró en el bajorrelieve romano Ara Grimani, conservado en el Museo Arqueológico de Venecia. Otro cortocircuito bien logrado. Por otra parte, en la sección dedicada al desnudo masculino, el cuerpo del deseo se vuelve lírico, suficiente y sublime, entre imágenes de santos, héroes y retratos antiguos.Una mujer observa ‘El Hombre de Vitruvio’ de Leonardo da Vinci.Andrea AverzùY cuando la desnudez se convierte en imagen, esta se vuelve objeto. “Cada vez que aparece un nuevo medio de comunicación en la historia, la imaginación erótica explota. Sucedió con la fotografía, el cine y ahora con internet”, comenta Beltramini. El comisario está a dos pasos de las cortinas de terciopelo rojo, tras las cuales puede verse una copia pirata del primer libro erótico, Sonetos lujuriosos, de Pietro Aretino, impreso en Venecia en 1532. Todos los originales fueron quemados. El picante librito, con “figuras obscenas y en actos libidinosos”, se leía en la plaza de San Marcos.¡Esta teta es mía!Cómo no detenerse delante de uno de los cuadros estrella de la exposición. Aparecen inmortalizados por Tiziano dos hombres y una mujer, elegantes, jóvenes. Ella apoya la cabeza en la espalda del caballero a la izquierda, él la abraza y le pone la mano en el seno. La obra se llama Retrato de esposos con testimonio (Windsor, Royal Collection). Durante años se le conoció como Médico que examina a la mujer con el marido que mira. “No me parece que el doctor la esté examinando”, dice el comisario Beltramini. Suelta una risa y añade: “El supuesto médico es su marido”.El gesto de tocar el pecho femenino representaba un rito matrimonial muy común en el Renacimiento veneciano. Tiene una validez simbólica precisa: la toma de posesión de la joven esposa, mientras que el hombre en segundo plano representa el anillo y, a la vez, testimonio de la unión. Sin embargo, la tocadera de la teta se acabó cuando el concilio de Trento impuso, en 1553, la ceremonia eclesiástica. Lo confirma una disputa matrimonial de 1552, en la cual el esposo, Francesco de Orlandi, reivindica sus derechos sobre su prometida, Clara Marcello, por “haber puesto la mano sobre su pecho y haber tocado sus pechos” en presencia de testigos.Los comisarios Guido Beltramini, Francesca Borgo y Giulio Manieri Elia, director de la Galería de la Academia de Venecia.andrea avezzu’La apariencia cuentaLas mujeres y los hombres del Renacimiento comenzaron a concebir su identidad como una cuestión cultural. Los objetos reunidos en la última sala, entre ellos peines, tintas para el teñirse el cabello rubio, polvos blancos para la cara, zapatos plataformas de hasta 50 centímetros, calzoncillos —usados por ellas para vestirse y comportarse como ellos—, prótesis mecánicas para superar amputaciones o heridas de guerra, constituyen ejemplos de la construcción de la persona en la Venecia del siglo XVI. “A los cuerpos del Renacimiento moderno se les permite cambiar, transformarse, convertirse en algo distinto de sí mismos. No se trata de sustentar una ficción, sino de llegar a ser más auténticamente uno mismo: para Erasmo no importa cómo se nace, sino cómo se construye uno a lo largo de la vida”, zanja Beltrami.Estos cuerpos provenientes de un pasado distante cinco siglos, hoy como antes, siguen interpelándonos sobre el futuro de la humanidad, la sexualidad, la identidad, la belleza, la apariencia y la vejez. La vieja de Giorgione (1502), con su rostro surcado por arrugas, nos recuerda el irremediable paso del tiempo.

Shares: